La noche en la que el cielo se estaba cayendo

Ernesto Hontoria López

Pocos días después de llegar de nuestro campamento, salí a caminar con Malaika después de la cena. No es lo normal salir después de cenar, pero como la perra todavía estaba llena de la energía y la excitación de la semana que pasó a rienda suelta en el monte, y no se conformaba con la vuelta a la rutina de la ciudad, pedía de múltiples maneras que la sacaran. Imagino que necesitaba drenar la ansiedad y el aburrimiento del encierro. Como además la noche estaba fresca y despejada, con una brisa agradable, que compensaba el calor de ese día de agosto, me animé a salir con ella pasadas las 10 de la noche.

En ese caminar a veces tranquilo, a veces a tirones; la perra suele rezagarse para olisquear la grama dejándote caminar tranquilo, y de repente decide que tiene prisa por llegar al árbol que tiene delante, dándote tremendo tirón, descubrí en el cielo el resplandor de la luna llena. Me puse nostálgico de las noches recientes, pasadas en el bosque, completamente apartados de las luces de la ciudad, e iluminados por linternas y por la luz de la luna. En las cuatro noches que pasamos a cielo abierto, vimos la luna llenarse. Caí en cuenta entonces de que algo no cuadraba: el resplandor en el cielo no podía ser la luna llena.

Caminé unos metros más buscando apartar las ramas del árbol que tapaban la luna, fue cuando descubrí que efectivamente no era ella, sino una extraña bola de fuego la que alumbraba el cielo. Corrí excitado buscando un claro más amplio para detallar mejor al inmenso meteorito que había penetrado nuestra atmósfera (no había forma de que eso fuera un avión). La perra se entusiasmó y comenzó a impulsar mi carrera y casi nos llevamos por delante a una señora que también paseaba a su perro. Me miró con cierta indignación y apenas aceptó mis disculpas, indiferente completamente al fenómeno astronómico que estaba ocurriendo. Yo, la verdad no tenía muchas ganas de indicarle que había entrado en el cielo un meteorito como el que extinguió a los dinosaurios hace millones de años, así que seguí corriendo, ahora tironeando yo de la correa de Malaika, que tampoco entendía mucho de la trascendencia del evento y prefería intentar socializar con el perro que casi atropellamos.

 La roca ígnea terminó desapareciendo tras las casas que me tapaban el horizonte, dejando a mi vista el tenue trazo de humo por dónde había pasado. Paré de correr frustrado por no haber podido captar el momento en la cámara del teléfono, cuando un segundo, quien sabe si se trataba ya de un tercer meteorito, entró en la atmosfera iluminando el cielo como lo había hecho el anterior.

Concluí que se trataba de la estación espacial o de un satélite chino que se había desbaratado y que ahora entraba por partes en la tierra. No parecía por tanto un evento catastrófico como el que debieron presenciar los dinosaurios, con la misma indiferencia con la que Malaika presenciaba, ¡qué presenciaba! ¡ignoraba! éste. Llamé a la casa y le pedí a Federica con mucha calma, que le dijera al mtoto que me pasara buscando con el carro para ir a tomarle fotos, desde el lago, a una inmensa bola de fuego que había en el cielo.

Obviamente Federica asoció lo de la bola de fuego con la extinción de los dinosaurios y me disparó una catajarra de preguntas, una más alarmante que otra, por lo que me tocó explicar que no era tan grande, ni eran del tipo de los cohetes que en esos días cruzaban los cielos entre Israel y Palestina, etc., etc. etc., hasta que tres o cuatro piezas de estación espacial más tarde se apareció Rodrigo con el carro.

El video que viene a continuación es testigo del fenómeno que presenciamos esa noche. Al mtoto y a mí nos parecía increíble la apatía de muchos transeúntes que caminaban esa noche por la marina de Bronte, algunos viéndolo con cierto desdén, como si fuera un espectáculo más de fuegos artificiales, otros ignorándolo completamente. En total no éramos más de una veintena de personas concentradas en el derrumbamiento del cielo sobre nuestras cabezas. Porque si de algo estoy seguro, es que si nuestros antepasados, antes de la luz eléctrica, hubiesen presenciado algo semejante habrían llegado a la conclusión de que era el fin del mundo.

Poco después de la medianoche las luces desaparecieron completamente. Pensé que la estación espacial o el satélite chino había terminado de entrar a la tierra. El mtoto y yo nos fuimos a dormir sin tener certeza de qué fue lo que vimos y la radio no informaba del extraño fenómeno.

A la mañana siguiente Federica encontró la respuesta en la prensa: ¨Strange Orange Lights Were Spotted Over Ontario Lake¨, (Extrañas luces anaranjadas avistadas sobre el Lago Ontario). Un poco contrariado pero contento por la estación espacial y el satélite chino, las luces no fueron producidas por sus partes entrando en la atmósfera. Ni siquiera se trataba de una banda errante de piedras espaciales que habían sido capturadas por la gravedad de nuestro planeta. La explicación era más terrena, aunque no por ello carente de dramatismo.

En horas de la tarde antes de producirse el fenómeno, la policía había encontrado un bote a la deriva. Las luces eran el resultado un esfuerzo de búsqueda de su único tripulante, un octogenario que había partido en él desde la marina de Bronte, el mismo sitio desde dónde tomamos el video. Los meteoritos que vimos resultaron bengalas de búsqueda, una búsqueda cuyos resultados desafortunadamente concluyeron varios días después con un cuerpo sin vida.

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Si les pareció descabellada la narración anterior, aquí va otra que demuestra que esas cosas si pasan...

"...hay una roca en mi cama..."-meteorito-casi-mata-a-una-mujer-en-canada-mientras-dormia.html

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