Obabika: el relato de lo ocurrido
Ernesto Hontoria López
Aquí va el relato largo de nuestra excursión al parque provincial Obabika que según parece colmó el apetito de excursiones de los querubines, que han indicado de forma clara, audible y hasta gráfica, su intención de veto a futuros planes paternos de llevarlos a pasear por el bosque. Si sólo quieres echarle un ojo a la versión corta, en miras de preparar tu propio paseo, el siguiente enlace te lleva a la fecha técnica: Obabika: Ficha técnica
Empecemos por el
comienzo. Una hora al norte de North Bay, que equivale a unos 90 o 100
kilómetros de distancia, se encuentra un establecimiento que facilita las
actividades de aventura en el área de Temagami norte: Smoothwater
Outfitters & Lodge. Es lo que se conoce aquí como un Outfitters que en nuestros términos
viene siendo una tienda de alquiler de canoas que además cuenta con pensión
para pasar la noche antes o después de usarlas. Llegué a ellos a través de su
página web en la cual promovían una maravillosa ruta circular de 69 km: Diamond-Obabika.
Tres meses antes de
eso, tras postergarse la boda de Jorgito por la pandemia, intenté cuadrar sin
éxito un viaje en canoa hasta la bahía de James. Dicha bahía es una suerte de
apéndice de la bahía de Hudson, que se mete como una uña en el norte de Ontario.
La idea la había sacado de otra página web, que promovía una ruta guiada de
siete días y 130 km, bajando por el río Abitibi y el rio Moose hasta Moosonee,
en la desembocadura de este último en la bahía ya mencionada. El plan concluía con
un cómodo regreso en tren a bordo del expreso polar. Sin embargo, cuando hablé
con el guía y operador de esta ruta, éste consideró que nuestra experiencia no
estaba a la altura de las exigencias de la travesía, que en su propia página
web el considera de dificultad intermedia, por lo que sería una locura
intentarlo. De modo que busqué un opción menos dramática y acorde con los
tiempos y capacidades de nuestro equipo expedicionario (una ruta de dificultad
baja para principiantes) y encontré la ruta circular mencionada.
Smoothwater Outfitters & Lodge merece en mi opinión 5 estrellas. No solo
nos rentaron las canoas, sino que nos dieron albergue en una habitación con
baño privado (tienen también habitaciones con literas para grupos más grandes y
baños compartidos), donde pernoctamos la primera noche. A las 8 de la noche nos
acercamos a la cocina para saborear una cena deliciosa y bien servida, y a la
mañana siguiente, también a las 8, nos esperaba un suculento desayuno. Hasta
ese momento todos estaban contentos conmigo. Era el ídolo indiscutible de las
vacaciones. Incluso Malaika se sentía más a sus anchas en la posada, donde
tenía 4 perros con quienes jugar, que en la casa donde siempre está sola entre
humanos sonsos y aburridos.
Suite presidencial de la posada |
Después de desayunar comenzó la verdadera faena. Cargamos las dos canoas en el techo del Mazda, cancelamos la cuenta en la oficina y firmamos las planillas en las que liberábamos de toda responsabilidad por lo que nos pase, a los rentadores de los equipos. En ese proceso andábamos cuando comenzaron a verse las costuras del plan.
Canoas cargadas |
En la oficina de Smoothwater hay dos mapas topográficos gigantescos de la zona. La prudencia indica que uno debe decirle a alguien por dónde va a pasar, en caso de que te pase algo, te puedan encontrar. Siguiendo las indicaciones de la prudencia, discutí mis planes con Francis, que así se llama el dueño de Smoothwater, y éste carraspeando un poco, al tiempo que pasaba el dedo índice entre el cuello de la franela y su garganta, como si de repente sintiera que le apretara, nos dijo que lo encontraba un poco ambicioso. Aclaró enseguida muy cortésmente, que no conocía nuestras destrezas remando y nos propuso la opción de incluir un ´portage´ que podía recortar un poco el trayecto del primer día. Para quienes no están familiarizado con la palabra ´portage´ es un término técnico para decir que tienes que cargar la canoa y todos los macundales por tierra, desde una orilla (de un lago o rio) hasta otra, donde la ruta por agua continua. El portage que sugería Francis era un paso de 400 metros de tierra que recortaba unos 10 kilómetros de la ruta de remo.
En la posada... |
Nuestro intercambio
de ideas llegó hasta ahí, pero como Federica lo había escuchado todo, la sombra
de la duda y el miedo a la distancia comenzó a corroer su ciega confianza en mi
plan maestro de navegación. Por supuesto, ya en el carro, mientras nos
dirigíamos al lugar de la partida con las dos canoas en el techo, el tema
volvió a salir a colación. ¿De qué otra cosa se puede hablar, si entre los
remos en los asientos, las canoas en el techo y los salvavidas colgando de
ellas, todo te recuerda de que vas al agua? Y en ese resurgir del tema, se fue
sembrando la semilla del motín.
Las canoas resultaron
más pesadas de lo esperado y las fuertes y atípicas lluvias de este verano
habían hecho intransitable un trecho de unos 500 metros que normalmente permite
estacionar el carro a unos 350 metros de la bahía de Ferguson. El resultado
práctico para nosotros fue que el acarreo de peroles y canoas para llegar al
lago pasaba de 350 metros a casi un kilómetro, que en términos del primer día
implica un esfuerzo mayor porque el peso de la comida está completo. La partida
que teníamos programada para las 10 de la mañana, con una hora potencial de
retraso debido al factor Hontoria, terminó ocurriendo a las 12 y 20 de la tarde.
El retardo abría la
puerta a recortar la ruta del primer día, siguiendo la sugerencia de Francis.
El peso de las canoas y del resto de los macundales me pedía que evitara incluir
un nuevo acarreo. Piensen que cuando uno va remando no se siente el peso de la
canoa, ni el de los corotos sobre los hombros.
Ya con la tripulación
más interesada en la toma de decisiones y en la ruta, que hasta ese día habían
ignorado por completo, acordamos comenzar a remar y decidir qué ruta seguir en
función de la velocidad que lleváramos en el agua hasta el punto en donde debíamos desviarnos a tomar el atajo.
Terminó venciendo la
ruta corta. No íbamos tan rápido como quisiéramos. Al ritmo que avanzábamos el
hambre llegó antes de la bifurcación de los caminos, y el portage se
ofrecía como una opción práctica para tener nuestra parada de almuerzo. El
almuerzo, lejos de calmar el ambiente revolucionario de los tripulantes, avivó
los motivos de protestas. Los panes de los sanguches se mojaron con el agua de
la cava y escurrían chorros al morderlos. Mi popularidad se desplomó varios
puntos en las encuestas, con la única excepción de Malaika, que gracias al inconveniente
recibió generosas porciones de pan pasado por agua.
Después de almorzar
volvimos al agua, donde se materializó la primera sublevación oficial, que,
para mayor dolor de mi alma, era de la única que tenía motivos para estar
contenta. En medio de un lago bastante amplio, con la orilla más cercana a más
de 500 metros de distancia, Malaika decidió abandonar la expedición. Al parecer
se obstinó del calor y de la canoa y pensó que podía caminar sobre el agua.
No crean que esto
ocurrió en un ambiente de paz y armonía. Quienes han estado en una canoa saben
que el equilibrio es fundamental para la estabilidad de esta. Cuando la perra
se mueve de un lado al otro, la canoa se tambalea. Cuando apoya todo su cuerpo
en un borde, el bote se inclina hacia ese lado, cuando salta al agua, por
reacción a la acción, la canoa rebota y baila. Pues a esa serie de movimientos
se le sumaron otros más difíciles de describir, por el hecho de que solo tres
de las cuatro patas llegaron al agua, la cuarta se le quedó torpemente
enganchada con la cinta de un morral y además Marcela, que aún desconocía si
Malaika sabía nadar, la tenía sujeta por la cola.
Al darse cuenta de lo
inconveniente que resultaba sujetar a Malaika por el rabo, que básicamente
propiciaba que la cabeza se hundiera, Marcela la soltó y descubrimos, llenos de
gozo, que la perra si sabe nadar. Ella por su parte descubrió que, por primera
vez en su vida, no tocaba suelo. Estaba suspendida en ese elemento transparente
en el que ya había hundido la cabeza y la punta de los pies en un par de
oportunidades anteriores, pero que nunca le había llegado al cuello. Supongo
que concluyó que el agua no es su elemento y arrepentida por su mala decisión
decidió volver a nosotros.
Nos tocó respirar hondo, estabilizar la canoa, y subirla por el arnés, mientras ella asustada intentaba asirse de los bordes de la canoa. Créanme que es más fácil decirlo, que volver a montar a una perra nerviosa en la canoa.
Malaika después del rescate |
A las 7 de la tarde llegamos finalmente a nuestro primer campamento. Aún le quedaba al sol unas dos horas de vida ese día, lo que nos dio suficiente tiempo para bañarnos y montar las carpas sin prisa.
Águila |
El día siguiente pasó sin mayores contratiempos. Desayunamos, desmontamos campamento, remamos, almorzamos, volvimos a remar y montamos un nuevo campamento en paz y armonía. Salvo por la preocupación constante de cuántos kilómetros vamos a remar hoy y cuánto más tenemos que remar para recortar la distancia el último día, parecía que todos la estaban pasando bien. ¡Qué lindo, por ejemplo, ver a los chiquitines brincando desde una roca del segundo campamento al agua! ¡Todo era diversión y risas! ¡Qué maravilloso!
La mañana del tercer día, y buena parte de esa tarde gozaron una suerte similar de risas y alegrías, hasta que pasadas las 4 o las 5 comenzaron los refunfuños nuevamente. Creo que después de unos 12 kilómetros, la moral de la tripulación baja. El hecho es que llegamos al campamento sobre las 6 de la tarde, después de haber dado una vuelta de más, porque por estar haciendo carreras de canoas nos pasamos la entrada del campamento de esa noche. Aún no se habían manifestado los tripulantes, pero se oía el ruido de sables en los cuarteles.
El cuarto día se manifestó el descontento. No en un motín abierto, pero si en cuestionamientos sobre cómo íbamos a llegar temprano al carro, para emprender el regreso de 5 horas hasta la casa, con una remada de 17 kilómetros el último día. La lógica era simple, después de todo, los querubines tienen mentalidad científica: si el del día anterior estuvimos remando hasta las 6 de la tarde, ¿Cómo pretendíamos llegar temprano al carro si teníamos la misma distancia por remar el último día?
Temiendo por mi integridad
física, me abstuve de comentar que la solución era remar más duro. No podía
ponerme muy exigente después del desayuno tan malo que habíamos comido. En el
menú del día teníamos arepas fritas, que por lo general le suben el ánimo a
cualquiera; las arepas son aplaca motines natural. ¿Conoce alguien de alguna
rebelión que haya comenzado en una arepera? Desgraciadamente la harina pan se
había quedado en casa, así como también el sirope para las panquecas, con lo
cual nos tocó comer panquecas fritas con jamón y queso (no muy enteras, por
cierto), que no saben tan bien como las arepas, y definitivamente tampoco como
las panquecas con sirope.
Me tocó entonces revisar nuevamente la ruta que teníamos por delante y encontrar una respuesta que evitara que me lanzaran por la borda. La solución a nuestra disyuntiva llegó mientras remábamos ese día. Observando la ruta me di cuenta de que había un portage que nos podía ahorrar varios kilómetros. Por cierto, ya a esas alturas del viaje, el peso de la comida había disminuido notablemente y habíamos podido compactar un poco el perolero en menos bolsos. Dado además, de que a falta de harina pan nos habíamos comido las panquecas del próximo desayuno, no teníamos que preparar comida al día siguiente, lo cual nos abría las puertas a comenzar el viaje de regreso más temprano.
Revisando la ruta |
Así hicimos. Recortamos la ruta con un nuevo atajo, que no resultó difícil, y comenzamos a remar recién pasadas las 6 de la mañana. A pesar de lo agradable de la jornada, y de que finalmente llegamos alrededor del mediodía al punto de partida, Marcela me espetó tranquilamente, “Erny yo me encargo de planificar las próximas vacaciones”.
Partiendo al amanecer |
Creo que voy a tener
que buscar una nueva tripulación para intentar cruzar los 130 Km de rio hasta
la bahía de James. ¿Alguien se apunta?
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