Hoteles y refugios en los Pirineos


Hotel Llacs Cardos


Nuestra primera noche en este viaje a España la pasamos en el Hotel Llacs Cardos en Tavascan. El hotel está en el borde de la única carretera con tráfico automotor del pueblo, que como bien dijo Mimi, está lo profundo del Pirineo. Llegamos a él de noche aún lloviendo, aunque ya había amainado un poco el diluvio de la hora anterior. Parqueamos en un pequeño espacio empedrado, en el lado contrario de la calle, en lo que resultó ser la entrada peatonal a un paseo junto al río, pero que de noche se antojaba parqueadero. Sacamos algunos bolsos de la maletera y trotamos a refugiarnos de la lluvia en la recepción del hotel.
Recogiendo agua frente al hotel //
Filling the water bottle

Nos recibió un señor muy cordial, de unos 60 años, que me recordó a mucha gente conocida de mi infancia. Su rostro era amable y ´tan español´, que sentí que entraba en la casa de un amigo. Era como si lo conociera de toda la vida y pudiera confiar en él. Seguramente era el dueño del establecimiento. Nos preguntó de nuestro viaje y después de escuchar nuestra aventura bajo el palo de agua, nos asignó dos habitaciones con llaves de las antiguas. Es decir, esas llaves metálicas con dientes serrados en un lado, que uno encaja en las cerraduras comunes y corrientes de cualquier casa, pero que ya no son comunes en los hoteles, porque han migrado a cerraduras electrónicas. La llave además estaba unida por medio de un cordón a un llavero de madera que convenientemente tenía escrito el número de la habitación.

La habitación de Federica y mía tenía una cama matrimonial, más una individual. La de los niños dos camas individuales. La ventana de nuestra habitación daba a una callejuela empedrada muy estrecha detrás del hotel, por la que no circulaba un alma. La de los niños daba a la calle principal. La fachada del hotel y las de todas las casas del pueblo eran principalmente de piedra y madera. Por dentro los pisos tenían baldosas, como muchas de las casas en Venezuela. Me llamó la atención el mecanismo de apertura de las ventanas, que las dejaba tanto pivotarse de lado, como inclinarse verticalmente unos 15 o 20 grados. Las ventanas, ni en Venezuela, ni por estos lados, son tan sofisticadas.

El hotel incluía media pensión, es decir cena y desayuno, los cuales resultaron de nuestro entero agrado, tanto por la calidad, como por la cantidad. La cena consistía en menú de dos platos, con una botella de vino, pan y postre. El desayuno lo servían en un local muy amplio en el edificio de enfrente, que imagino también le pertenece al hotel. Era del tipo bufé en el que cada quien se servía lo que gustase, entre una variedad bien dispuesta y generosa de panes, fiambres, yogures, café, aceite de oliva, tomates, huevos revueltos, frutas y hasta cereales. También tenía bollería y unos envases muy pequeños con algo similar a la Nutella.

Tanto por el servicio, como por la cordialidad, la limpieza y lo acogedor que resultaba el hotel y todo el entorno de Tavascan, califico este hotel como excelente y me apunto para volver.


Se encuentra a dos horas a pie de Tavascan, o a unos 15 minutos en automóvil. Pasamos en Graus nuestra segunda noche después de una caminata relajante. Es también atendido por sus dueños en un ambiente familiar en todos los sentidos: tanto que la mayoría de los visitantes parecían ser familias de campistas, tanto que quienes trabajaban allí eran miembros de la familia o amigos cercanos, incluyendo a dos pequeñajas que no tenían más de 10 años. En una vistita nocturna que hice al restaurante, los encontré a todos cenando en una inmensa - ¡y muy familiar! - mesa.

El establecimiento recibe campistas en sus jardines que duermen en tiendas de campaña, y también tiene habitaciones comunales. No sé si las tiene privadas; no me pareció. A nosotros nos tocó dormir en una cabaña que tenía unas 8 literas en la nave central, tres cuartos semiprivados en un costado, con 2 o 3 literas cada uno, más un medio segundo nivel, montado sobre los tres cuartos. El medio nivel superior, no tenía paredes, solo una baranda que lo separaba de la nave en la que estaban nuestras literas, de manera que no tenían mayor privacidad que nosotros, y los ronquidos fluían libremente. El baño era común a todos los ocupantes de la cabaña. Tenía un lavamanos, una poceta en un cuartito privado y una ducha en otro contiguo.
Llegando al campamento Graus //
Entering Camping Graus

Me duché la tarde que llegamos en agua fría. Tan fría que cortaba el aliento. Como es propio hacer en esas situaciones, uno se va mojando poco a poco, graduando el sufrimiento. Generalmente el cuerpo se va a acostumbrando al agua fría hasta que uno puede permanecer estoicamente bajo el chorro helado. Esta vez no fue diferente, salvo que cuando ya había acostumbrado al cuerpo a la temperatura del agua, y a bañarme conteniendo la respiración, noté que el agua se estaba calentando. Tarde descubrí que el campamento tenía agua caliente. Tardaba en llegar, quizás por la distancia entre el calentador de agua y la ducha, pero la tenía. Para mi desgracia, cuando empezó a llegar el agua tibia, ya estaba terminando de bañarme y me esperaban para cenar.

Cenamos a las 7 un menú de dos platos, más el postre, que venía acompañado con una jarra de vino tinto. Las raciones fueron generosas y cubrieron con creces las expectativas. Cuando terminamos la cena nos proyectaron un documental de la ruta que íbamos a recorrer al día siguiente. El campamento Graus es el verdadero comienzo de la ruta que teníamos por delante ´La puerta del cielo´. La caminata desde Tavascan sólo había sido el calentamiento.


En lo alto de la montaña, sin acceso por carretera, al borde de la laguna homónima, se encuentra el refugio de Certascan. Es un templo del montañismo, atendido por un fanático escalador de aspecto bonachón llamado Agustín. A diferencia de Graus, que estaba atendido por una familia, éste lo estaba por una banda de amigos que parecía gozar lo que hace. Digo amigos en el sentido amplio que incluye ambos géneros, pues eran tres chicos y dos chicas. El novio de una de ellas estaba también en camino, pero como no había llegado, ya estaba oscuro, y ella comenzaba a preocuparse, uno de los chicos, el que tenía las patillas muy largas, se ofreció a ir a buscarle.

Me dio la impresión de que el de las patillas muy largas era el segundo a bordo. En la noche, cuando la mayor parte de los viajeros se había acostado, nos invitó un digestivo a Sergi y a mí. En realidad, la oferta era para Sergi, a quién parecía conocer bien, pero como yo estaba con él, discutiendo la estrategia para el día siguiente, me extendió la cortesía. Mientras los tres tomábamos el anisado casero, receta de la abuela de patillas largas, fueron apareciendo los otros trabajadores del refugio y se juntaron a la conversación. Más que juntaron, la secuestraron, pues en un tris cambió del castellano al catalán.

Fue allí cuando me enteré de que el novio de una de las chicas, estaba en algún lugar entre su casa y el refugio. ¡Venga! que la conversación era en catalán y el asunto parecía no incumbirme, pero yo creo que el niño extraviado parecía más bien escabullido, y que había dejado a la chica a merced de esos mercenarios de montaña. Es más, si mi entendimiento del catalán y del lenguaje corporal no me fallan, todos menos la chica, parecían estar muy bien con ello. Aquí entre nos, los chicos parecían estar más a gusto con ella sola que acompañada. Mi conclusión del asunto es que el novio extraviado - ¡o escabullido! - como fuese el caso, no es un fanático de la montaña y por ello no encaja muy bien con los amigos de la chica en el refugio, mientras que ella parecía estar inmersa en un proceso de evangelización profunda del montañismo.

Concluyo esto porque, como ya dije, el de Certascan es un templo para el culto del montañismo. Todo -y todos- en el refugio parecían venerar la montaña. Los menos fanáticos éramos nosotros 4. Las conversaciones parecían girar en torno a montañas, la de la presente jornada y las de jornadas anteriores. Había quienes discutían sobre un plano topográfico extendido en la mesa; otros que parecían reencontrarse después de algún tiempo sin verse por esas cumbres. Agustín, por ejemplo, le comentaba a Sergi la necesidad de abrir nuevas rutas y de mantener algunos senderos; mientras que Patillas largas, lisonjeándose de sus conocimientos del terreno, le ofrecía a la atribulada chica rescatar al novio extraviado.

El menú en el refugio era en esencia similar al anterior. Nuevamente nos ofrecieron un menú de dos platos, más el postre y el pan, pero esta vez sin opción a escoger qué platos, ni a tomar vino. La organización era sin embargo diferente. Cuando llegó la hora de la cena, Agustín sonó una cacerola y a gañote organizó a los diferentes grupos por mesas. Nos asignó una mesa al grupo de rutas Pirineos. A grupos más pequeños los juntaba en otra, y así fue hasta que todos supieron dónde se sentarían. Luego, un representante por cada mesa se acercaba a la cocina a buscar la olla con la comida que compartirían todas las personas allí sentadas, y, además, traía una jarra con agua y una cesta con pan. Básicamente todos comimos lo mismo y pasamos la comida con agua. Se podía pedir cerveza, pero no era parte de la pensión, por lo que había que pagarla aparte. Lo que si se valía era repetir; si los de la mesa acababan con toda la comida del recipiente y aún tenían hambre, el elegido se podía parar a rellenarlo nuevamente.

A las 6 de la mañana, después de pasar la noche escuchando una coral de ronquidos, la gente se fue levantando de sus camas, se fueron encendiendo linternas de cabeza, y el sonido de las pisadas, y los susurros de las conversaciones apagaron los silbidos y ronquidos. Las mesas se volvieron a llenar con los ocupantes de la noche anterior, y se repitió el procedimiento de la cena sin que hubiese necesidad de mediar palabra. A las 7 y 10 minutos de la mañana, con el cielo azul oscuro, a la sombra de un sol que sólo alcanzaba a alumbrar la cumbre de los picos del oeste, comenzamos a caminar con los morrales a cuesta y los ánimos frescos del día que apenas comenzaba.
Dejando atrás el refugio de Certascan// 
Leaving Certascan


En el refugio del Pinet los baños son como los del Kilimanjaro: no tienen poceta, sino un agujero en el suelo por dónde uno debe encestar los residuos. Tampoco encontré ducha. Salvo por estos detalles insignificantes, el refugio está bien. Me dio la impresión de que el fuerte de este refugio es el esquí de montaña, más que el montañismo per se.

El refugio se encuentra en la vertiente francesa de los Pirineos, en el Valle de La Artiga. Al igual que el refugio de Certascan, se encuentra a 2.240 metros sobre el nivel del mar. Llegamos a él tras un maratón de casi 12 horas desde el refugio de Certascan, en el que estuvimos subiendo y bajando montañas cual rebecos, para terminar durmiendo a la misma altura de la que habíamos partido. El refugio marcó el fin de la jornada más dura de la ´Puertadel cielo´, a la que prefiero llamar la ´Portadel CEL´, porque dicho así, la última palabra me recuerda gratamente al Centro Excursionista Loyola, donde es bien sabido se forman los mejores montañistas del planeta.

Parte de la dureza de la ruta se debe a que después de unas 10 horas caminando, se divisa el refugio ya muy cerca, con el inconveniente de que un barranco insalvable se interpone en el camino. Toca entonces remontar la montaña alejándose del refugio, a lo largo del precipicio hasta encontrar un paso que permita cambiar de loma y devolverse. Fue esa decepción de alta montaña la que más afectó el ánimo de Marcela, que por primare vez la vi molesta con la excursión.
Llegando al Refugio el Pinet //
Getting into Pinet Refuge 

Aunque el trayecto nos tomó más tiempo del que estimaba el panfleto de la ruta, no fuimos los últimos en llegar. Detrás nuestro venía una pareja de catalanes que también estaban cubriendo la misma ruta, y con quienes ya habíamos intercambiado palabras de aliento en el camino. Por solidaridad con ellos la cena se sirvió una hora más tarde, e incluso preparamos una misión de rescate en la que comisionaríamos a nuestro guía Sergi a encontrarlos y traerlos a salvo.

La misión no fue necesaria y finalmente llegó la cena consistente en un plato de sopa, un delicioso estofado, que nos vimos obligados repetir, pan, ensalada, un queso madurado después de los tres platos, y finalmente el postre. La cena estuvo espectacular, creo incluso que hubo vino. Sin embrago, el desayuno y el picnic, que nos dieron en las bolsas, no resultaron tan buenos como los que recibimos de los refugios españoles.


Llegamos al refugio de Vallferrera completamente empapados. Las últimas dos horas del canino las habíamos hecho bajo la lluvia, amenazados en tramos por truenos que prometían rayos, y azotados en otros por el granizo. Nos faltaron ganchos para colgar tanta ropa mojada a secar. Las chaquetas se dejaban en la entrada, pero para las demás capas empapadas de ropa no había mejor lugar para colgarlas a secar. Eso sí los baños estaban impecables de limpios, y las pocetas eran como Dios manda. La ducha no tan buena: estaba sobre una de las pocetas.

En Vallferrera conocimos a Roscio, una encantadora canaria con un don insaciable de palabra. Estaba en la montaña acompañando a su marido en una ruta que los conducía hacia Andorra. Rodrigo fue su primera presa. Conversaron durante horas, siguió Federica que no entendía como Rodrigo había conversado tanto rato. La noche no alcanzó para más, pero a la mañana siguiente Marcela, Sergi y yo continuamos la conversación por turnos hasta que nuestros caminos se separaron en Areu. Ella se quedó en el pueblo a esperar a que su marido llegara, nosotros continuamos en taxi el camino de regreso a Tavascan.

El refugio de Vallferrera estaba atendido por Juan Manuel Arroyo, que decidimos era un primo lejano de Federica. Al igual que los otros refugios, se duerme en literas y los ronquidos viajan libremente. Todo resultó de nuestro agrado.
En la puerta del Refugio Vallferrera con el primo Arroyo //
In front of Vallferrera Refuge with cousin Arroyo
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