Notas del Pirineo
Ernesto Hontoria López
English version: Notes of the Pyrenees
Conocí en este viaje
una cara completamente distinta de España: la agreste, la rural, que imagino ha
definido en buena medida el carácter de su gente. Por fin visité los Pirineos, un anhelo que
secretamente guardaba desde niño, y lo hice (mejor decir hicimos) de una manera
bastante integra: acompañado por el mejor equipo de excursionistas que he
conocido: mi mujer y mis hijos, y por un guía de montaña apasionado por su
trabajo, que hizo su mejor esfuerzo en transmitirnos sus conocimientos de la
historia, flora y fauna pirenaica. Recorrimos un trecho interesante de los Pirineos
a pie - ¡como Dios manda! - ganándonos con cada paso el derecho de disfrutar
sus alucinantes paisajes.
Pero... ¿de dónde
salió ese anhelo por caminar los Pirineos, por qué no mejor hacer el camino de
Santiago? En mi caso la escogencia por esa montaña tiene que ver con mi pasado.
Desde niño me han gustado las montañas y la paz que se encuentra en ellas; no
por nada soy gocho (dícese de quienes nacimos en los Andes venezolanos). Pero
para no alargar mucho este cuento, les contaré brevemente qué me vincula a la
cordillera española.
Mi primera referencia de esas montañas me llegó por el lado paterno. Mi padre hizo el servicio militar en los Pirineos y contaba con gran orgullo su doble desafío: prestar servicio militar - aun cuando una condición de nacimiento lo eximía de hacerlo - y su aventura en la montaña.
Mi padre vino al
mundo con los pies por delante, lo cual en el trabajo de parto, donde se espera
que la cabeza del bebe vaya primero, se consideraba una complicación. ¡Vaya que
lo fue! a consecuencia de ello sufrió fractura del hombro derecho y la
movilidad de su brazo quedo reducida de por vida. Por esa situación no estaba
obligado a prestar servicio militar, pero como era testarudo y orgulloso se empeñó
en hacerlo y finalmente lo hizo, siendo asignado a un puesto en los Pirineos.
Mi padre era – a mi
parecer - la antítesis de un excursionista. Era más bien intelectual y nada
aventurero. Sospecho que a falta de mayores aventuras hizo del Pirineo uno de
sus cuentos preferidos; o quizás fuese que a causa de mi afición por las
montañas yo hubiese bloqueado de mi memoria otras aventuras mejores. Lo cierto
es que recuerdo que varias veces nos contó de la vez que tuvo que trasladar a
la tropa de un lugar de la montaña a otro, caminando por la nieve al borde de
escarpados riscos. El asunto fue que al llegar a su destino, la tropa que él
dirigía tenía más hombres de los que originalmente habían partido con él. Algunos
soldados que habían iniciado el mismo trayecto en los camiones de transporte de
la tropa, se habían asustado con las pendientes y las curvas de la montaña nevada
y decidieron brincar para continuar el camino andando.
Mis otras referencias
de los Pirineos vienen por el lado materno. El padre de mi madre, mi abuelo
Rafael, fue uno de los tantos milicianos que salió de España en enero de 1939, en
la desbandada de las tropas republicanas. Años más tarde, con la frontera de
Francia cerrada, le tocó el turno a mi abuela que salió de noche, por los
caminos verdes del Pirineo, siguiendo los pasos de un guía de montaña, y
llevando, seguramente en sus brazos, a la menor de mis tías. Mi madre y su
hermana mayor se quedaron por un tiempo más en Barcelona, pero finalmente
también cruzaron la montaña para reunirse con mi abuela en Francia antes de
emprender su viaje a Venezuela, donde comenzó mi historia.
De manera que llegué
a una montaña con la cual tenía nexos afectivos macerados por muchos años. Si a
esto sumamos que una vez allí nos vimos sumergidos en un mundillo nada común; en
una subcultura del montañismo, y más precisamente del montañismo catalán, en la
que todos hablan un lenguaje distinto al tuyo, pero no tan distinto que no
puedes comprenderlo, pero si lo suficiente que no puedes hablarlo, y que sin
embargo, cuando les preguntas algo en castellano te responden en ese idioma con
perfección y cordialidad, como si fuera y no fuera España al mismo tiempo; no
podía resultar otra cosa que una excursión con un toque muy especial.
La excursión superó
todas mis expectativas. Por un lado, fue mucho más dura de lo que había
imaginado, por el otro mucho más recompensante. La dureza de la excursión se
debió enteramente a la longitud de las jornadas. Si estuviera en mi poder
escoger nuevamente la ruta, lo haría en tramos más cortos que diesen tiempo a
disfrutar más los paisajes. Quizás a zambullirse en los lagos. Hay en este
punto un posible inconveniente: entiendo que la ruta está diseñada para
pernoctar en los refugios de montaña por limitaciones que hay de hacerlo en
tiendas de campaña, en una zona designada como Parque Natural.
Pero si bien la
experiencia fue dura, cada paso que dimos fue compensado por la belleza de los
parajes que vimos. Si me preguntan si valió la pena el esfuerzo responderé sin
titubear que hasta el último instante. Aún bajo la lluvia y el granizo, en el
que nuestro guía saco un inesperado paraguas de su mochila, mientras yo comprobaba
que la chaqueta impermeable que llevaba no era tan impermeable como pensaba,
disfruté el camino y le agradecí a Zeus por no habernos mandado un rayo. Mis expectativas
también fueron superadas por el profesionalismo demostrado por el mago del
paraguas - y guía nuestro - Sergi Ricart.
Sergi no sólo demostró
conocer bien su oficio, sino disfrutar lo que hace. Nos contó historias del
Pirineo, de las bordas, de los pasos de montaña que sirvieron de rutas para el
exilio y salvaron tanto vidas de españoles que huían España, como de judíos que
entraban en ella escapando de los nazis. Nos enseñó también de la flora y la fauna
pirenaica: el cardo del sol, los abetos, abedules, castaños y pinos negros; de
los quebrantahuesos, buitres, águilas, burros, vacas, ranas y rebecos
(cabras montesas). Pero lo más loable es que se preocupó con celo de hacer
nuestro viaje más seguro. Confieso aquí que estuve tentado a discutir con él la
relevancia de algunas medidas, pero me lo pensé mejor por la preciada carga que
estaba en juego.
Finalmente, las cenas
en todos los refugios superaron las expectativas, al igual que la mayoría de
los desayunos y almuerzos que nos dieron. Quizás borraría algunos ronquidos y
olores sentidos en ellos, pero cómo hacerlo sin eliminar los míos propios.
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