El señor de las gaviotas

Ernesto Hontoria López

El viernes pasado decidí cambiar mi ruta de trote y, para mi sorpresa, cuando pasaba junto a la marina del pueblo de Bronte, descubrí que, entre las gaviotas, había una que no parecía de la misma especie. Era más oscura que las demás, como si fuese una paloma negra mezclada entre las gaviotas, aunque, para ser paloma, resultaba muy robusta y grande.

Marina de Bronte - Oakville
Las aves estaban posadas sobre el techo de un cobertizo construido en una plataforma sobre el lago Ontario, que los propietarios de los botes usan para hacer parrilladas (asados para mis amigos argentinos). Aprovechaban los últimos rayos del sol de la tarde. Un grupo de transeúntes curiosos las observaban desde la orilla, separada del cobertizo por un canal de, al menos, metro y medio de ancho, apuntándolas con las cámaras de sus teléfonos. A medida que mi nueva ruta de trote me acercaba a los transeúntes, la forma de la extraña paloma se hacía más nítida. y pude distinguir que se trataba de un búho.

Me pareció demasiado bonito para ser verdad. Es decir, encontrarse con un búho no es cuestión fácil por sus hábitos nocturnos, y que además se dejara ver así de fácil, sin la protección del follaje, listo incluso para las fotos de los curiosos, me parecía cosa de mucha suerte. Maldije no tener la cámara conmigo, ni siquiera el celular. No sé si les he contado que una vez, corriendo a plena luz de la mañana, me encontré al más fotogénico de los rabipelados del mundo, posando alegremente para la cámara del teléfono de otra persona. Era un rabipelado bebe que, al igual que los búhos, es difícil de ver de día. Tan es así, que no lo he vuelto a ver, por más veces que he recorrido la misma ruta.

Sin querer resignarme esta vez a no fotografiarlo, organicé ´La cacería de la lechuza´. Lo de lechuza fue una cuestión de mercadeo para atraer la curiosidad de los niños que no conocían la palabra. La cacería en cuestión consistía en volver a recorrer la misma ruta el sábado, esta vez con la cámara lista. Mi hipótesis era que tal vez se trataba de un animal viejo y cansado, que había encontrado en la marina un lugar más sosegado para su retiro. Tal vez, el búho acostumbraba a tomar el sol allí por las tardes, de la misma forma que he encontrado en repetidas ocasiones a un gavilán posado en un mismo árbol.

Los pequeñines de la casa no mordieron el anzuelo, y nos fuimos Federica y yo, el sábado por la tarde, siguiendo la ruta de la lechuza, que es el nombre que ahora tiene para mí ese sendero circular de 7 kilómetros. Como la ruta se hace más larga caminada que trotada, comencé a preocuparme de llegar demasiado tarde a la marina, y el búho ya se hubiese marchado de cacería. Apuramos el paso y estresé a Federica con el pujo. Cuando finalmente llegamos a la marina, descubrí con alegría que las gaviotas estaban sobre el techo, ¡y la lechuza, digo el búho también! Era mi oportunidad para registrar un ave nueva en el blog. Comencé a tomarle fotografías desde lejos, no fuera que volase antes de que llegásemos.

El señor de las gaviotas

No creía lo afortunado que era. El búho se dejaba fotografiar sin timidez alguna. Nos ignoraba a todos los presentes, paparazis o no. Obviamente estaba acostumbrado a la presencia de gente. Ensayé desde varios ángulos, con y sin gaviotas. El búho era definitivamente el rey de la escena, el señor de las gaviotas. Desde ningún ángulo lograba capturar su cara; miraba hacia el lago, dándonos la espalda. Suponía yo que más bien dormía con la cara hacia el lago.

Para capturar su rostro debía entrar al muelle de la marina, al que sólo pueden entrar los propietarios de las lanchas. Esperé entonces a que uno de ellos saliera, y le pedí permiso para entrar al muelle a fotografiar al búho. Me dejó pasar con indiferencia y aburrimiento, como si la presencia del búho no significara nada para él.

El muelle pasaba junto a las bases del cobertizo sobre el cual descansaba el búho anciano. Caminé con cuidado exagerado, aunque nada parecía inmutar al animal. Comencé a tomarle fotos de frente, hice un zoom para retratar la imagen de la sabiduría en esos ojos gigantes. Algo no cuadraba, sin embargo; los ojos estaban abiertos, no dormía como suponía y tenía una tremenda catarata en uno de ellos, y el otro le faltaba del todo. Viéndolo mejor parecía despintado… Con mucha vergüenza descubrí que era una figurilla, un modelo quizás de madera o de barro. El señor de las gaviotas no se ha movido de su sitio desde que lo pusieron en ese techo para, precisamente, espantarlas.



Comments

Anonymous said…
Jajaja, que chasco!!
¡Este buho sí es de verdad!

https://www.bbc.com/news/world-us-canada-54996314

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