Primer día
El Plan de navegación
Si todo ha salido bien, hoy entraremos al parque y comenzaremos a remar antes del mediodía. Nuestra ruta comienza en el estacionamiento de una laguna conocida como la casa de los castores (Beaverhouse), donde la gente de Canada Canoe Outfitters nos dejará con las dos canoas y todos los macundales.
Remaremos primero a la estación de guarda parques para registrarnos y conocerla, y paso seguido, cambiaremos de lago al lago Quetico. El plan es almorzar en la isla del Eden, y continuar remando en la tarde en la búsqueda de un lugar de acampar en la isla del oso mañoso.
Lo sucedido ese día...
Listos a tiempo
Nos costaba
creerlo, pero por primera vez estábamos listos a la hora pautada. A las 9:30 am
teníamos el corotero preparado y estábamos dispuestos para montarnos en la
camioneta, que también lucía ya preparada para llevarnos, con las dos canoas
amarradas en el techo.
No fue un golpe
de suerte. El equipo que me acompaña me va conociendo mejor y comienza a tomar
previsiones sobre mis ajustados tiempos. Cada vez que los chamos tienen un
compromiso, como una competencia, por ejemplo, me dicen que tienen que llegar
media hora antes para asegurarse de que salgamos a tiempo. En esta ocasión el
recurso no les funcionaba porque había sido yo quien cuadró la hora de partida,
pero en cambio, decidieron levantarse media hora antes de tiempo y sacarme de
la cama antes de que sonara mi teléfono despertador.
Cuarto en Canoe Canada. |
Como fuese, nos
habíamos levantado a las 7 de la mañana, duchado y alistado en pocos minutos y,
unos segundos antes de las 8 en punto, estábamos parados frente a un
restaurante llamado 'The Outdoorsman' esperando a que abriera sus puertas para
pedir el desayuno. El restaurante está a cuadra y media de la sede de Canoe Canada, donde habíamos pasado la noche anterior en un cuarto con literas de tres
niveles: la primera cama apenas levantada unos centímetros del piso.
Tanto la sede
como las literas estaban construidas rústicamente con madera, sin lujos, pero
bien hechas. Nos habían asignado un cuarto completo para nosotros cuatro, a
pesar de que fácilmente cabían 18 personas en él. En el cuarto contiguo al
nuestro, había un grupo de 12 personas que, para nuestra desgracia, se
antojaron por emprender su viaje a media noche. Los ruidos que hicieron al
preparar sus equipos antes de partir me despertaron, y noté por primera vez que
me estaba saliendo un orzuelo en el parpado del ojo izquierdo.
El restaurante no
tardó mucho en abrir. Los lunes abre a las 8 de la mañana (las nueve de Toronto).
Sus dueños, un matrimonio ya entrado en años, de origen griego, y lo que
presumimos es una clientela fija, llegaron al mismo tiempo; estacionaron sus
respectivos vehículos frente al local, y entraron en procesión como si cada
quien conociera su puesto en la fila. Detrás del grupo, de unas 5 personas más
los dueños, que se dirigieron con el automatismo que da la rutina a sus lugares
de costumbre, bien sean éstos en la cocina, en el caso de los dueños, o en las
mesas a esperar ser atendidos, de la clienterla, entramos nosotros, y nos
sentamos junto a una ventana.
Documentándonos del parque frente al dormitorio en
Canoe Canada
|
Todos desayunamos
el 'triple doblete' que ofrece el menú, menos Rodrigo que escogió el plato del
'hambriento'. 'El triple doblete' consistía en dos huevos fritos, dos panes
tostados y dos trozos de jamón o tocineta, más papas hervidas que no venían
contadas por pares. El 'hambriento' era parecido, pero en vez de dos, venían
tres... tres huevos, tres panes, tres tocinetas... Cominos bien y retornamos
caminando, como habíamos llegado, al local de
Canoe Canada.
Nadie, salvo mi
tripulación, parecía angustiado con la hora de nuestra salida. Estaban listos
para llevarnos, pero no apurados en hacerlo. Un muchacho de unos 18 años,
llamado Cole, estaba a cargo de nosotros. Le tocaba facilitarnos los remos,
salvavidas y el pote de emergencia, y después llevarnos en la camioneta al
punto de partida. Era para él un trabajo de verano. Se graduó este año de
bachillerato y en septiembre se va Sudbury a estudiar en un instituto técnico.
Su hermano mayor ya está estudiando en esa ciudad y tiene potencial de entrar a
las grandes ligas del hockey. En el camino, Cole nos cuenta que ha ido unas 10
veces a Quetico, una de ellas por 12 días. No lo dijo expresamente, pero cuando
le mencioné que nosotros habíamos remado en Algonquin, me pareció notar una
cierta incomodidad, como si en materia de parques, para un nativo de Atikokan,
fuese un pecado comparar a Quetico con Algonquin.
El viaje en
camioneta hasta nuestro punto de entrada en Beaverhouse tomó al menos una hora.
Cole nos ayudó a descargar los equipos y transportó con destreza una de las
canoas del estacionamiento al lago. Rodrigo se encargó de la segunda, mientras
que Federica, Marcela y yo, transportamos el resto de los equipos. Apenas la
camioneta de Cole se fue, y nos dejó solos en medio del monte descubrimos la primera
y única baja del viaje: el papel higiénico.
Cole descargando la camioneta. |
Beaverhouse
El comienzo del
viaje presagiaba días duros. No habían pasado ni 5 minutos desde que nos
dejaron solos en el monte y ya habíamos descubierto que nos faltaba el papel
tualé, el mapa del parque no aparecía por ninguna parte, el día estaba lluvioso
y frío y, para colmo, plagado de mosquitos. Una sensación de completo caos se
estaba apoderando de nosotros. El pueblo más cercano, donde seguramente
podríamos conseguir los elementos faltantes, estaba a unos 100 km, que, hechos
a pie, podrían estropear completamente los planes de la excursión.
Marcela llevando equipos del estacionamiento al lago. |
Tocó apelar al
aplomo de excursionistas avezados para reestablecer la calma. Lo primero era
conseguir el repelente de insectos, lo demás era secundario en ese momento.
Apareció el 'off'
y, aunque nos bañamos en él, la furia de la plaga no amainó. De hecho, nos
acabamos el primero de dos potes, derrumbando el mito de su eficacia. En la
búsqueda del repelente apareció el mapa. Estaba en el bolsillo indicado, que ya
había revisado sin éxito un par de veces antes. Con el mapa en mano resolvimos
continuar el viaje sin papel tualé. En el mejor de los casos conseguiríamos
comprar un par de rollos en la casa del guardabosque, en el peor ensayaríamos
con diferentes hojas hasta dar con alguna variedad no urticante apropiada para
la ocasión.
Primeras remadas en Beaverhouse. |
Con el comienzo
de la navegación comenzaron los retos. ¿Hacia dónde es la cosa? En el mapa todo
luce bastante claro, pero en los lagos todas las direcciones parecen similares,
los árboles desde lejos se ven iguales y la canoa zigzaguea moviendo las agujas
de la brújula a cada remada. La búsqueda de referencias se vuelve clave y con
la prisa de dejar atrás los mosquitos, cometí la novatada de no fijar las
referencias antes de empezar la remada.
Por suerte, no
resultó problemático encontrar la casa del guardabosque. Se levantaba detrás de
una playa de arena y tenía un pequeño muelle de madera para botes y canoas.
Federica y Rodrigo llegaron antes que nosotros y ejecutaron una operación
comando para asegurar las provisiones necesarias de papel tualé. Me tocó a mi
establecer relaciones comerciales y diplomáticas con la guardabosque, una mujer
indígena, no mayor de 40, que cuidaba la oficina y atendía a los
excursionistas. Le pregunté si por casualidad vendía el lujoso artículo
olvidado en casa, a lo cual me respondió que no, y con una mezcla de ganas de
reírse y asombro, nos regaló un rollo; se lo pensó mejor, revisó en el cuaderno
cuántos días decía que nuestra expedición estaría en el bosque, y nos obsequió
otro. Pude comprobar que nuestro grupo estaba registrado en los cuadernos del
parque antes de nuestra llegada. Alguien se había tomado la molestia de
imprimir todos los ingresos al parque registrados para ese día.
Anticipándonos a
la amenaza inminente de lluvia, almorzamos atún con galletas y queso manchego
en la misma playa del guardabosque. A veces entre las nubes, se podía observar
el eclipse de sol que aún no llegaba a su apogeo. En esos momentos se colaban
los rayos del opacado astro y nos calentaban un poco.
Vista desde la playa del guardaparque en Beaverhouse. |
No tardamos mucho
en ponernos nuevamente en marcha y en encontrar el que sería nuestro primer
paso entre dos lagos (acarreo según mi suegro). No resultó difícil hallarlo. El
lago se estrechó y comenzamos a navegar entre juncos, luego comenzó a sonar una
corriente de agua y el suelo se tornó rocoso y poco profundo. Dedujimos que
habíamos llegado al punto en que Dave aconsejaba bajarnos de la canoa.
Dave, fue el
empleado de Canoe Canada encargado de revisar nuestros planes y
sugerirnos cambios. A diferencia de Cole, que era un jojoto, Dave es lo que se
dice un baquiano: conoce el parque como la palma de su mano. Calculo que esta
sobre los 60 pero se mantiene en buena forma. Nos recibió el domingo cuando
llegamos y nos contó varias anécdotas de sus travesías, entre ellas nos confesó
que uno de los entretenimientos de sus hijos cuando eran adolescentes era
acercarse hasta el trecho de lago que estábamos haciendo en ese momento, y
bucear para encontrar tesoros. Aparentemente una buena cantidad de canoas se
voltean allí, perdiendo parte de sus trastos.
Mtoto arrastrando la canoa a la piscina de los tesoros. |
Por no contrariar
a Dave, nos apeamos y arrastramos la canoa unos cuantos metros hasta una
piscina, que marcaba el final del Beaverhouse y nuestro primer acarreo de
peroles por tierra hasta el lago Quetico.
Quetico
La lluvia nos
agarró por primera vez en lago abierto. Apenas habíamos remado unos cuantos
metros en el lago Quetico comenzó a llover. Era llovizna más que lluvia. Nos
acompañó por un buen tramo mientras alcanzábamos la costa este de la isla Edén,
después se volvió intermitente. El cielo nublado no nos permitió apreciar más
del eclipse, y dificultaba precisar si el ambiente triste, y un tanto
depresivo, se debía al bloqueo que la luna le hacía a la luz del sol, o a las
mismas nubes.
En el lago Quetico. |
Por sugerencia de
Dave, decidimos tomar el camino que pasa al este de la isla Edén y evitar el
islote del oso mañoso que teníamos escogido para acampar. Según él, el mejor
campamento del trayecto estaba en ese tramo de la ruta, en una hondonada frente
a la costa este de la isla. Remamos en la dirección sugerida con la intención
de pernoctar en ese campamento idílico, pero unos ociosos se nos anticiparon y
lo tomaron antes que nosotros. Comenzaba ya a oscurecer, nuestras ropas estaban
mojadas por la llovizna, nuestro lugar de pernocte ocupado por los ociosos,
hacía frío, y como si eso no fuese suficiente, teníamos que seguir remando en
busca de otro lugar para comer y dormir.
Había marcado en
mi mapa dos o tres sitios más para acampar por esa zona. El primero de ellos
estaba unos 15 minutos más adelante; los dos siguiente quizás una hora después.
Remamos hacia el primero y antes de llegar descubrimos que también estaba ocupado:
¡más gente sin oficio que no tenía nada mejor que hacer ese lunes de agosto,
que venir a quitarnos los campamentos de este parque solitario y remoto! Sin
ánimos de remar una hora más en busca del siguiente punto marcado en el mapa,
comenzamos a buscar cualquier otro lugar en las inmediaciones que nos diera
cobijo.
Rodrigo, que
estaba avispado esa tarde y con mejor vista que su anciano padre, avistó una
piedra prometedora que presagiaba un potencial campamento. Nos acercamos a ella
para comprobar si reunía los requisitos. Los reunía. El lugar escogido por el
mtoto tenía piedras apiladas en forma sospechosamente propicia para hacer una
fogata; lo cual básicamente implicaba que había sido utilizado en otras
ocasiones como campamento. Se le entraba a través de la roca, la cual estaba
proyectada sobre el lago, creando un remanso en uno de sus lados donde se podía
llegar con las canoas. Desde ese remanso, la piedra se escalaba fácilmente
abriendo un fácil acceso a tierras más altas donde poner la carpa.
No pude resistir zambullirme
en el lago, antes de siquiera explorar nuestro nuevo campamento. Pero fue un
gusto corto: ya anochecía, el viento era frío, y la plaga estaba alborotada.
Armamos el
campamento con prisa, solo interrumpidos por el canto de unos patos que aquí
llaman 'loonies' y le dan el nombre a
la moneda de un dólar, que son un verdadero espectáculo. Según la página de Audobon, su nombre en español es ´Colimbo común´, pero de
comunes no tienen un pelo, son escandalosos y dicharacheros. Juguetearon por el
lago unos cuantos minutos hasta que se obstinaron y se fueron a dormir
dejándonos solos con la plaga y un poco más oscuros. Según el menú de la excursión,
tocaba preparar carne a la parrilla, pero todo estaba muy mojado para encender
el fuego y las nubes amenazaban con soltar aún más agua. Encontramos prudente
cambiar de planes y dejar las brasas para otro día, sin embargo, como corríamos
el riesgo de que la carne se dañara por falta de hielo, decidimos prepararla en
la sartén con la cocina de gasolina blanca.
Esa primera noche
de campamento cenamos carne frita pasada por agua... la lluvia nos importunó en
medio de la preparación, en un ambiente ingratamente amenizado por los
mosquitos, que se alejaba mucho del campamento que había estado soñando todos
los días previos. Terminamos de cocinar y de comer a las carreras, recogimos y
lavamos platos, guardamos lo que había que guardar y colgamos la bolsa de
comida de un árbol para evitar atraer predadores a nuestro refugio.
Cuando entramos a
la carpa llovía a cantaros. Las gotas sonaban con fuerza al golpear el
sobretecho, pero no lo traspasaban. Recordé con placer algunas de las
traumáticas experiencias vividas bajo la lluvia en otras carpas no tan buenas,
y me alegró una vez más haber comprado la que compramos en MEC. No pueden
imaginar cuantas veces he agradecido la compra de esa carpa; nos ha protegido ya
de unos cuantos aguaceros.
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