Tercer día // Day 3 (English version below the map)
El plan original
Hoy es el cumpleaños de Eduardito. ¡Feliz cumpleaños sobrino! Seguramente seguimos sin conexión a internet, de manera que no le podemos llamar y seguimos alimentando este blog con supuestos del viaje. Hoy será un día largo. Después del desayuno remaremos un poco y nos tocará cargar la canoa para entrar al lago Kasakowog. Lo atravesaremos completo y nos tocará cargar los corotos una vez más para llegar al lago Mc Alpine donde pasaremos la noche. A estas alturas ya debemos estar preguntándonos ¿por qué nos metimos en esto, no era más divertido ir a una playa y quedarnos allí?
Today is Eduardito's birthday. Happy birthday, nephew!
Surely we still have no Internet, and continue feeding this blog with travel assumptions. Today we have a long way to go ahead. After breakfast and packing the camp back into the canoes, we have a short paddling and one medium portage to reach Kasakowog Lake. We are going to cross it completely today and make a second portage in the afternoon, to bring canoes and everything else to Lake Mc Alpine, where we plan to camp tonight. By now we should be wondering why we are doing this, why we choose to paddle for 5 days instead of staying in a sunny beach somewhere else.
Lo que en realidad sucedió...
Amanecer de arepas fritas
El tercer día
marcó un cambio abrupto en los ánimos del equipo, o quizás debiese haber dicho
en el estado del tiempo, que en buena medida regulaba nuestros ánimos. No nos
había llovido durante la noche, y el amanecer fue precioso. Nuestro campamento
estaba en un saliente que nos permitía ver tanto al este, como al oeste, y
apreciar por ende el amanecer y el atardecer.
Amanecer en Kasakokwog |
Secando el mapa del día anterior |
La mañana nos
regalaba sus colores intensos y frescos. Los rayos del sol iban sacudiendo el
frío de la noche. La bruma se levantaba del lago, como si el sol la estuviese
corriendo. Colgué la ropa a secar y ¡voila! se secó antes de nuestra partida.
Mtoto despertando en Kasakokwog |
Ayudó también a
componer nuestros ánimos, un desayuno espectacular, que, por curioso que
parezca, no habíamos ensayado antes en un campamento: arepas fritas con jamón y
queso; acompañadas con café o chocolate caliente, según fuese la preferencia del
comensal. Desayuno que, desde ese día, va a ser infaltable en nuestras
excursiones.
Friendo arepas |
Como en la mañana
anterior, Rodrigo y yo nos encargamos de la preparación del desayuno mientras
la reina y la princesa aún dormían. Marcela se apareció por el fogón de la
cocina cuando las arepas ya estaban listas y me ayudó a preparar el chocolate
caliente. Federica sólo se atrevió a salir de la carpa cuando todo estaba
listo: su idea de unas lindas vacaciones era, sin duda, no tener que cocinar y
salir a comer fuera todos los días, ambos sueños parecían estársele cumpliendo,
sobre todo el segundo; para evitar atraer osos a la carpa, teníamos por regla
comer siempre fuera de ella y lo cumplimos con estricto apego.
Esa mañana nos la
tomamos con calma y disfrutamos el campamento. Rodrigo y Marcela se
entretuvieron observando varias ranas, que a su vez nos observaban ellas a
nosotros desde la orilla del lago. Creo que incluso le hicieron un
castillo de piedras a una, para ver si entraba a buscar refugio.
Los castores son industriosos
A la una de la
tarde, luego de un baño tonificador en nuestra laguna privada, comenzamos el
tercer tramo del trayecto. El plan del día era cruzar lo que faltaba del
Kasakokwog, hacer el paso de 50 metros que nos llevaría al lago McAlpine, para
una vez allí avanzar hasta su mitad donde encontraríamos un sitio para acampar.
Al parecer tendríamos un día fácil por delante. Cuando el día anterior
decidimos llegar a la mitad de Kasakokwog, en lugar de quedarnos al final del
lago Quetico, nos habíamos adelantado unos 5 o 6 kilómetros en la ruta
planificada.
Marcela celebrando los 150 de Canadá en Kasakokwog |
De hecho, el día
estuvo lo que se dice en Venezuela 'papita' en su mayor parte. Dos cosas se
salieron de los planes: una represa de castores y una perdida. La represa de
castores nos la encontramos antes de llegar al paso de 50 metros que, según el
mapa, debíamos hacer con los macundales al hombro para cambiar de lagos. ¡Ya
parecía muy fácil eso de cargar los peroles por sólo 50 metros!
Federica remando en Kasakokwog |
El Mtoto en Kasakokwog |
Entrando al meandro |
Sucedió, que
antes de llegar al paso indicado, unos castores muy industriosos construyeron
una represa que bloqueó completamente nuestro paso al McAlpine. El río por
donde íbamos se interrumpió por una pared de palos y detrás de ella se
empozaba, pero medio metro más alto. En ambas riberas del trecho en donde
estábamos, había un monte relativamente alto, pero en el lado derecho, había
además un barrizal y señales de que alguien había pasado por allí aplastando un
poco el monte. En el estándar de los parques canadienses que conocíamos hasta
ese entonces, eso hubiese marcado el final del camino. Por donde uno se mete en
Canadá, los caminos están bien señalizados y alguien siempre ha tomado las
previsiones de poner alguna tabla para que la gente pase sin mancharse mucho
los zapatos, un puente para no caminar sobre los pantanos, letreros para
advertir la pendiente de la cuesta, o la dificultad del terreno, barandas para
sujetarse si el piso es resbaloso, etc. En este caso no había nada de eso.
Estábamos a la buena de dios para llegar al otro lado del rio.
Arenas movedizas
El paso más corto
y directo era a través de un barrizal de unos 3 a 5 metros de largo que se
desviaba diagonalmente hacia el lado derecho. Me bajé a ensayar por ese lado y
me enterré hasta la rodilla en el barro. Mientras mi pierna se hundía, sonaba
el para nada melodioso ruido, que se produce cuando uno aplasta con las manos
una masa pegajosa y húmeda, y ésta chasquea soltando el aire; parecido sonaban
mis pies al desplazar y comprimir el puré de barro que me daba pobre soporte.
Le indiqué al
mtoto y a Federica, que ésta vez iban detrás nuestro, que se orillaran junto al
monte, unos 5 metros más atrás, mientras que el padre del primero, y el querido
esposo de la segunda, se liberaba de las arenas movedizas en las que su
imprudencia lo había metido. Con pasos literalmente profundos, caminé el corto
trecho que me separaba del monte, temiendo en cada paso perder mis zapatos. Ya
en suelo más sólido posicioné nuestra canoa para que Marcela pudiese bajarse
sin correr mí misma suerte.
Superado ese
primer escollo, y ya todos a salvo sobre el monte, analizamos la mejor forma de
superar la represa de los castores. Comenzamos por pasar la canoa y los
morrales que llevaban Federica y Rodrigo, que era la que estaba más lejos
represa, sobre el monte ya pisado por otros excursionistas. El acarreo, aunque
corto en distancia y técnicamente sobre el monte, no nos libraba de hundir los
pies en charcos. En algunas pisadas el monte, la piedra o el piso, cedía a
nuestro peso y los zapatos se enlodazaban. Estábamos caminando en un pantano.
Para transportar la segunda canoa, que estaba prácticamente junto a la barrera de palos construida por los castores, y a unos 3 metros, de barrizal puro, de donde la queríamos, usamos una estrategia diferente. Le amarramos una cuerda en la proa, y lanzamos el otro extremo hacia el punto dónde queríamos llegar al otro lado del lodazal. Sin descargar la canoa, la arrastramos con cuidado sobre el barro, Federica y Rodrigo jalando la cuerda por delante, y yo empujando la canoa por la popa. Al cabo de unos 20 minutos ya estaban las dos canoas con los equipos al otro lado de la empalizada de los castores. Nosotros también, con los zapatos llenos de barro.
Para transportar la segunda canoa, que estaba prácticamente junto a la barrera de palos construida por los castores, y a unos 3 metros, de barrizal puro, de donde la queríamos, usamos una estrategia diferente. Le amarramos una cuerda en la proa, y lanzamos el otro extremo hacia el punto dónde queríamos llegar al otro lado del lodazal. Sin descargar la canoa, la arrastramos con cuidado sobre el barro, Federica y Rodrigo jalando la cuerda por delante, y yo empujando la canoa por la popa. Al cabo de unos 20 minutos ya estaban las dos canoas con los equipos al otro lado de la empalizada de los castores. Nosotros también, con los zapatos llenos de barro.
Transportando canoas en el barro |
Terminamos de navegar el río y llegamos al paso de 50 metros que hicimos sin percances. A diferencia del paso que nos tocó hacer el día anterior, éste era corto, fácil y el suelo estaba seco, que, aunque parece un detalle sin importancia, ayuda. No les he contado todavía, que mientras cargaba la canoa en el trecho de tierra que separaba los lagos Quetico y Kasakokwog, me resbalé con la canoa en hombros, cayendo sobre la nalga y el codo derecho. Del accidente me quedó un moretón en la nalga, un raspón en el codo, y el pulgar de la mano izquierda magullado por el peso de la canoa. El mtoto también se resbaló mientras llevaba la otra canoa, pero salió ileso. No estoy seguro de que fuese en el mismo sitio, y debo confesar que en mi caso fue una profecía autocumplida: al ver que las piedras que iba a pisar estaban mojadas y tenían pendiente, sabía que me iba a resbalar... aun así di el paso, esperando estar equivocado; confiado en que las suelas de los zapatos conseguirían soporte en algún lado.
El peñón de la gaviota
Tuvimos un
pequeño debate sobre si almorzar o no antes de entrar a remar en el lago McAlpine
y ganó la opción de almorzar más adelante. No porque no tuviésemos hambre, sino
por temor a los mosquitos. Con granolas por tente en pie, comenzamos entonces a
surcar el nuevo lago descubriendo restos de una vieja estación de leñadores en su
costa norte. También nos encontramos una gaviota solitaria sobre un peñón y un
poco más adelante un grupo de pescadores cómodamente sentados en su campamento.
Uno de ellos se levantó de su asiento, y caminó unos cuantos pasos hacia adelante, a un claro sobre una roca donde podía observarnos mejor al pasar. Tenía barba larga y clara. Era de contextura gruesa. Saludó con la mano y le devolví el saludo con algunas palabras cordiales. Me respondió completando que éramos las primeras personas que veían en un par de días. Sentí una suerte de escalofrío al escucharlo, pues mi interlocutor tenía cara de malo de una película de terror. Seguramente un prejuicio infundado, de los que nos hacemos con tanta frecuencia a la primera imagen de una persona. El hecho es que lo imaginé persiguiéndonos con un hacha en la mano, y se encendieron las alarmas.
Uno de ellos se levantó de su asiento, y caminó unos cuantos pasos hacia adelante, a un claro sobre una roca donde podía observarnos mejor al pasar. Tenía barba larga y clara. Era de contextura gruesa. Saludó con la mano y le devolví el saludo con algunas palabras cordiales. Me respondió completando que éramos las primeras personas que veían en un par de días. Sentí una suerte de escalofrío al escucharlo, pues mi interlocutor tenía cara de malo de una película de terror. Seguramente un prejuicio infundado, de los que nos hacemos con tanta frecuencia a la primera imagen de una persona. El hecho es que lo imaginé persiguiéndonos con un hacha en la mano, y se encendieron las alarmas.
La gaviota solitaria en su peñón |
Continuamos
remando un poco más, yo particularmente más rápido, y nos detuvimos en unas
piedras, quizás a medio kilómetro de los pescadores. Ya habían pasado las 5 de
la tarde de Toronto, las 4 de Atikokan. Comimos una ensalada de quinoa, con
queso feta y maíz, acompañada de huevos duros. Todo hecho y empacado antes de partir
y mantenido malamente refrigerado, lo mejor que pudimos en las cavas ya sin
hielo. De postre: deditos de nutela, algunos; otros, los más finos, prefirieron
comerse la nutela con cuchara sopera… es decir: cucharitas de nutela.
Remando de más
El segundo
incidente del día, la perdida, ocurrió tras el almuerzo. Continuamos por el
lago confiados de encontrar pronto nuestro campamento, pero nunca encontramos
una referencia clave para hacerlo. Nuestro campamento estaba ubicado a pocos
metros de lo que iba a ser el acarreo de corotos más largo que tendríamos por
tierra en esa expedición. Era un paso de unos 1.200 metros que se abría en
algún lugar de la costa norte, y nos llevaría a una sección del lago
Batchewaung llamada el canal.
Ese paso no
estaba contemplado en nuestra ruta original, que llegaba al Batchewaung a
través de cuatro pasos cortos ubicados al extremo este del McAlpine. Durante
nuestra discusión de los planes en la sede de Canoe
Canada, Dave, nos
sugirió cambiar la ruta para evitar enterrarnos hasta la cintura en el barro.
El mapa no lo decía, pero el paso que teníamos pensado originalmente hacer, es
una zona pantanosa, que en un año con mucha lluvia como el que habíamos tenido,
se hacía excesivamente difícil. De manera que, aceptando su recomendación, cambiamos los cuatro acarreos cortos en el extremo este del McAlpine, por
uno solo de 1.200 metros en un punto de la costa norte que no supimos
encontrar esa tarde.
Buscando el
bendito paso al Batchewaung, llegamos al extremo este del McAlpine, y
reconociendo que nos habíamos pasado, dimos vuelta en U, y retornamos con el sol
del atardecer de frente, en busca de nuestro campamento. Después de 6 horas
remando, que hubiesen podido haber sido 5, de no habernos perdido, llegamos a nuestro
tercer campamento.
Campamento en McAlpine |
Continuar... Cuentos del cuarto día
Comments
La política de no comer dentro de la carpa es bastante común y ampliamente recomendada en todos los parques en Canadá. De hecho, recomiendan también no meter la crema dental a la carpa. Canadá sigue siendo tierra de osos, y los osos son golosos y no parecen asustarse mucho por la presencia humana. La recomendación es alejar cualquier cosa que huela a comida de la carpa, para evitar que si un oso se acerca al campamento, sienta curiosidad por lo que hay dentro de la carpa.
Recuerdo que recién llegado a Canadá, una conocida del trabajo me recomendó que si quería ver un oso de cerca me embadurnara de mantequilla de maní. Aún no he hecho la prueba a ver si funciona.
De todas maneras, la recomendación de no comer o llevar comida a la carpa, también era válida en el Avila. A una carpa que tenía, unos ratones le hicieron un hueco para comerse la comida que teníamos dentro. No solo perforaron la carpa, también entraron dentro del morral y se comieron buena parte del pan (en aquel tiempo ‘Holsum’).
El almuerzo fue a las 4 local, 5 de Toronto. Nuestro campamento ya estaba muy cerca de ese lugar, a no ser por la perdida. El paso al Batchewaung era la referencia que buscábamos, no para cruzarlo ese día, sino para ubicar el campamento. Pensé erróneamente que sería bastante visible. Llegamos finalmente al campamento alrededor de las 6 de la tarde (hora local), 7 de Toronto, pero aún con sol.
Ernesto