Quinto día // Day 5 (English version below the map)
Los planes antes de siquiera llegar al parque...
La hora de la verdad. Hoy sabremos si llegamos al lugar indicado. Con un poco de suerte todos estos días hemos seguido la ruta correcta y hoy llegaremos al lugar acordado con Canada Canoe Outfitters. Sino me temo que estamos en problemas.
Asumiendo que todo fue bien, hoy cruzaremos al lago Nym dejando atrás el parque Provincial Quetico. No debe ser una remada muy larga y tendremos tiempo para disfrutar la playa si el día está bueno. Por cierto hoy es el cumpleaños de Marcela. A los que quieran felicitarla pueden llamarla en la noche a mi celular...
The moment of truth. Today we will know if we get to the right place. With a little luck all these days we have followed the correct route and today we will arrive at the place agreed with Canada Canoe Outfitters. If not, I'm afraid we're in trouble. Assuming that everything went well, today we will cross Lake Nym leaving behind Quetico Provincial Park. It should not be a very long paddle and we will have time to enjoy the beach if the weather is good.By the way, today is Marcela's birthday. Most likely will be reachable this evening at my cell phone.
Lo que sucedió en la realidad, verdadera y de verdad...
Serenata en la carpa
Siguiendo la
tradición familiar de Federica, el cumpleañero es despertado en su día, al son
del cumpleaños feliz, por sus adorables seres queridos. Que uno estuviera
metido en el monte no era razón para cambiar la tradición. Más aun en el caso
de Marcela, que por lo general cumple años fuera de casa. Sus tres años casi la
sorprenden en su primer vuelo a Toronto; el año pasado se lo cantamos en
Dublín, mientras el avión, en el que regresábamos de Tanzania, hacia una escala
para abastecerse de combustible en la capital irlandesa; un par de años atrás
se lo cantamos, en la carpa, en Killarney, y si la memoria no me falla, hubo otra ocasión
que se lo celebramos en Killbear. La tradición pura y estricta, dicta que los regalos sean entregados en
ese mismo momento, junto al cantar de los gallos (y de las gallinas, para
evitar caer en discriminaciones de género).
Marcela sabía
bien, en gran parte por su experiencia, del apego de su madre a las
tradiciones, y estaba más que segura, que recibiría regalos esa misma mañana en
la carpa, por ilógico que pudiese parecer, de que nos hubiésemos tomado la molestia de cargar con ellos (escondidos,
además) todo el viaje, cuando hubiésemos podido fácilmente entregárselos al
llegar al carro. Y estaba en
lo cierto. Nuestro campamento amaneció al ritmo del cumpleaños feliz y los
regalos le llegaron como por arte de magia, antes de siquiera abrir el cierre
de la carpa: una franela, un short, un cepillo de dientes eléctrico, y una
escultura rústica hecha por Rodrigo, con corteza de árbol, palos y piedras. La
tradición familiar se mantenía incólume un año más. Sólo después de haber
cumplido con este ritual, pasamos a las rutinas propias de la excursión, en
nuestro quinto y último día en Quetico. Desayunamos cereal con leche, café y
chocolate caliente. Desmontamos y recogimos el campamento. Preparamos las
canoas, nos despedimos del sitio y comenzamos a remar hacia al paso al lago
Nym.
Vista desde el campamento en el lago Nym |
Aprovechando el sol de la mañana |
Sentado en la silla de los Picapiedras |
Prueba superada
El paso al lago
Nym estaba bien marcado y quedaba bastante cerca de nuestro campamento. Cuando
llegamos había unas cuantas canoas en las inmediaciones: dos vacías, esperando
por sus dueños en la playa, y otras tantas, con sus ocupantes dentro, pescando,
muy cerca de la orilla. Saludamos a quienes pescaban, pero no mostraron mucha
receptividad, así que los dejamos solos en su asunto, y nos dedicamos al
nuestro. Cogimos nuestros morrales y nos adentramos en la senda del bosque. En
ese trecho del viaje, coincidimos con dos grupos distintos. El primero era un
trio que había llegado antes que nosotros, y que cuando nosotros desembarcamos,
ellos estaban haciendo su primer viaje con los peroles. Eran los dueños de las
dos canoas vacías que encontramos en la playa. Nos cruzamos con ellos en medio
del bosque, en nuestro primer viaje de ida. Ellos venían de regreso, con las
manos vacías, a por el resto de sus cosas. Nos los cruzamos una segunda vez,
cuando nosotros nos devolvíamos a recoger las canoas y ellos volvían con las
dos suyas a cuestas.
El segundo grupo
que nos encontramos, llegó poco después que nosotros y nos iban pisando los
talones. Era el sexteto de veteranos que nos había quitado el campamento la
noche anterior. Uno de ellos, con el que había conversado la tarde anterior, se
recordó de nosotros y me preguntó dónde habíamos conseguido campamento. Le
comenté que habíamos tenido la suerte de encontrar uno libre, bastante bueno,
muy cerca de la entrada al paso que acabamos de cruzar. Aun así, le prometí que
el año que viene nos levantaríamos más temprano para llegar al campamento de la
punta antes que ellos. Se rio, y me dijo que lo tendría en cuenta, para
madrugar más ellos también. Seguimos conversando por un rato al borde del lago
Nym, mientras descansábamos un poco antes de devolvernos a buscar las canoas.
Venían de Illinois en plan de pesca. Todos, menos uno, estaban sobre los 60.
Acostumbraban a salir juntos de pesca todos los años, pero no siempre al mismo
parque. Los rotaban cada año, por lo que no creía que fuésemos a tener problema
por el campamento de la punta, el próximo verano. Se veía un grupo bien
consolidado, todos, hasta el jojoto, que debía estar sobre los 30, lucían bien
macerados en el arte de acampar.
Rodrigo y yo
volvimos por las canoas, mientras Federica y Marcela se quedaron con los
morrales y el resto del equipo en la orilla del lago Nym. Ya con el bolso de la
comida casi completamente vacío se hacía innecesario el tercer viaje. No
tuvimos ningún contratiempo acarreando los peroles y pronto estábamos listos
para comenzar a cruzar el Nym.
El lago Nym es
bastante amplio y tiene un aire distinto al resto de los lagos que habíamos
cruzado en esa excursión. Supongo que esa sensación tiene que ver con la
presencia humana; no solo del tráfico de gente que habíamos visto con canoas;
sino de la proximidad a lo urbano. No habíamos remado mucho en él, cuando
comenzamos a descubrir casas escondidas entre los árboles, primero una, después
otra, hasta que se volvieron comunes en el paisaje. Incluso había una en una
pequeña isla, que teníamos en el horizonte. Era evidente que habíamos salido
del parque, y si faltaba alguna prueba, un poco más adelante, pasamos a un bote
con motor cuyos ocupantes pescaban distraídamente. Los motores no están
permitidos dentro del parque.
Remando en el lago Nym |
Después del bote
a motor, el lago se abrió hacia babor, y la brisa se levantó más fuerte,
agitando más el agua. Era como haber salido de la protección de la bahía. A lo
lejos, se percibía mucha actividad de botes y lanchas. Había una suerte de
marina bulliciosa. Federica sintió que íbamos por mal camino y propuso que
enrumbáramos las canoas hacia el gentío. Estaba convencida que ese era el punto
de encuentro que habíamos acordado con Dave.
El capitán
rechazó de plano la moción y, además, se sintió ofendido de que dudaran de sus
habilidades de navegante. Antes de montarse en las canoas, se había sentido
intimidado por el tamaño del lago, y había intuido que sería fácil perderse en
él, por lo cual había fijado referencias metafísicas y extrasensoriales para
orientarse. Atajando cualquier intento de motín a bordo, el capitán no sólo se
negó a discutir el asunto, sino que amenazó con lanzar por la borda, a quien
volviera a cuestionar sus órdenes. La tripulación empalideció y enmudeció del
miedo, y siguió remando, sin rechistar.
La tensión y la
incertidumbre se mantuvo en las barcazas por unos 30 minutos más, hasta que, a
la una de la tarde, una hora antes de lo pautado, Rodrigo, quien ciertamente no
era de Triana, avistó tierra y gritó: "llegamos"… habíamos llegado al
lugar acordado: un estacionamiento con una rampa para meter lanchas al agua,
que tenía unas piedras y grama agradables para sentarse a tomar el sol, o para
brincar al agua. La prueba estaba oficialmente superada.
Esperando en el lago Nym al terminar // Waiting at Lake Nym after finishing
Quetico Provincial Park
|
Las confusiones que siguieron
después
No habíamos terminado
de bajar los morrales a tierra, cuando una camioneta, con un rack para montar
canoas, se acercó de retroceso a la rampa en donde estábamos desembarcando. El
conductor se bajó, se acercó a nosotros, y con cara de dudas, empezó a contar
sus dedos, subió la mirada, nos contó, contó las canoas, y volvió a sus dedos.
Estaba intrigado, algo no le cuadraba. Le preguntamos si venía por nosotros, y
contestó que no estaba seguro. Trabajaba para una empresa llamada Quetico
Outfiters, y lo habían enviado a buscar a un grupo de tres personas, con dos
canoas. No los conocía. No había sido él quien los trajo al lago, pero la
persona que lo hizo, y que seguramente le tocaba recogerlos, había tenido un
imprevisto y no había podía venir. De manera, que lo habían llamado a él, para
recoger al trio de las dos canoas, que debía haber llegado al punto donde
estábamos antes del mediodía.
Esperando en el punto de llegada Lago Nym |
Le confirmamos
que nosotros no éramos el trio que buscaba, y al verlo tan afligido intentamos
consolarlo. Recordamos, entonces, que cuando portábamos los morrales al hombro
para cruzar del Batchewaung al lago Nym, nos cruzamos con un grupo que reunía
esas características. Cuando se lo dijimos, la alegría volvió a su rostro.
Después calculamos que ellos debían haber empezado a remar, entre media, a una
hora, antes que nosotros, y concluimos que se habían perdido. Nuestro amigo
volvió a afligirse. Seguimos atando cabos y supusimos que se habían desviado
hacia donde se veía el gentío. Esa pista le devolvió las esperanzas, y lleno de
júbilo decidió buscarlos por tierra en la marina lejana. Sintiéndonos
satisfechos de haber ayudado al prójimo, nos dispusimos a almorzar los restos
de la comida: jamón serrano, chorizo, salchichón, galletas, y una carne seca
que compró Marcela.
Unos 40 minutos
más tarde apareció el trio de las dos canoas, justo cuando en el
estacionamiento llegaban dos mujeres cargadas de cosas inútiles para un
campamento, entre ellas: dos kayaks de plástico, anchos y pesados como sofás
flotantes, una cava gigantesca, y muchas cajas de cartón. Ya empezaba a
preocuparme por la supervivencia de las dos señoras, si intentaban cargar esos
peroles en los kayaks, cuando llegó a la playa un bote muy feo, que tenía por
capitán, y único tripulante, a otra mujer. El bote venía a por el dúo de mujeres,
de las cosas inútiles para un campamento. Al parecer las tres mujeres se
conocían bien. Se abrazaron con emoción, como si fuesen viejas amigas
reencontrándose tras un largo tiempo. Me pareció una escena sacada del musical
'Mama mía', y como tengo una mente novelera y matemática, que no la salta ni un
venado, junté tres más tres, y dije, que lo que falta en esta novela es que los
dos tríos se vayan juntos.
Esperando a que nos busquen Lago Nym |
Pero la realidad
no suele parecerse a los musicales de Hollywood, ni la recién llegada en el bote
se parecía a Meryl Streep. Apenas descubrió que las canoas de quienes estaban
perdidos, se atravesaban en el camino entre su bote y el perolero de cosas
inútiles para un campamento, que traían sus amigas, ordenó, con voz clara de
mando, moverlas. Pero en ese mismo momento, regresaba la camioneta con el rack
de canoas, enfilada de retroceso hacia el muelle, como reclamando (¡y con
razón!) que él había llegado primero. Ninguno de los dos grupos cedió el paso
al otro. Las cajas pasaron por encima de las canoas, y las canoas por encima de
las cajas, en una confusión, sin mucha gracia, y nada de romanticismos. Pero
desde la piedra dónde estábamos reposando el almuerzo, la escena resultaba de
lo más entretenida.
De vuelta en Atikokan
Cole llegó a
buscarnos a las dos de la tarde. Ya los dos tríos se habían marchado del
estacionamiento, cada cual por su lado, y estábamos nuevamente solos. Cargamos
los peroles y las canoas en la camioneta, y comenzamos nuestro viaje de retorno
a Atikokan. Fue un trayecto sin incidentes donde lo más resaltante fue la
cerveza fría y los refrescos que Cole nos ofreció. Ya en la sede de Canoe Canada, mientras Federica y Marcela aún
se duchaban y cambiaban, Dave me invitó a una reunión de cierre en su oficina.
Quería saber cómo nos había ido. Le conté lo más resaltante de nuestro viaje, y
a medida que le contaba, él preguntaba detalles sobre cómo habíamos descubierto
tal paso, o si habíamos visto tal cosa. De todo nuestro relato lo que más llamó
su atención, al punto de anotarlo en su libreta, supongo que para contárselo a
sus colegas más tarde, fue el incidente del papel tualé. Como si nunca hubiese
pasado, que alguien olvidase empacar el papel higiénico.
No podíamos irnos
de Atikokan sin que Marcela cenara unas quesadillas en el restaurante del motel
White Otter. Las
había cenado el domingo antes de comenzar la excursión, y había estado
pregonando varias veces durante el paseo, que para celebrar su cumpleaños
quería volver a ese restaurante para comer las quesadillas y el 'lava cake',
que es el brownie caliente con helado y crema pastelera. Su decisión me ponía
en aprietos, porque técnicamente yo había solicitado ya una torta para su
cumpleaños en el hotel de Sapawe, donde teníamos reservado una cabaña para
pasar la noche.
Sapawe está a 20
minutos de Atikokan. Mientras planificaba la excursión, había buscado un lugar
cercano a para pasar nuestra primera noche fuera del monte, ya que suponía que
estaríamos cansados para un viaje largo en carro. Encontré un pequeño hotel en
internet que ofrecía unas cabañas con una vista maravillosa a un lago, que
lucía de lo mejor. En la página no decía que había que salir de la habitación y
caminar hasta el lago para verlo, pero si decía que tenían un restaurante
famoso por las panquecas de arándanos (blue berries waffles). Parecía un
lugar ideal para celebrar el cumpleaños de Marcela, así que llamé y reservé por
teléfono. En esa misma diligencia encargué la torta, con la dueña del hotel que
fue quien contestó mi llamada.
Siendo aún
temprano para cenar, decidimos acercarnos al hotel de Sapawe, para instalarnos
en la cabaña y, de paso, echarle un ojo al restaurante y a la torta de
cumpleaños. La primera impresión del
hotel no fue la mejor. La recepción no existía y nos atendieron en un
restaurante, que también era tienda de aparejos de pesca y souvenirs, y que además
estaba en renovación. Pero no fue la renovación, ni la falta de recepción, ni
los aparejos de pesca, lo que nos molestó, sino la atención impersonalizada de
la muchacha que nos recibió. Éramos quizás los segundos huéspedes del día, y
sin saludar siquiera, o preguntar cómo había estado el viaje, nos sacó la
cuenta para que la canceláramos por adelantado. Después nos alargó las llaves y
nos indicó, casi que con el morro, la dirección de la cabaña. Ni ella fue muy
cordial, ni a mí me dieron ganas por preguntar si se acordaron de la torta, así
que después de una breve visita a la cabaña, donde cada quien reservó su cama,
nos fuimos a cenar quesadillas al White Otter y le cantamos allí el cumpleaños feliz a Marcela,
sobre el 'lava cake' de sus sueños.
Torta de Brownie |
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