Lo sucedido...
Recogiendo el perolero
La lluvia duró
buena parte de la noche. En la madrugada el sonido del viento remplazó el
repiqueteo de las gotas de agua sobre el techo de la carpa. De hecho, me
despertó un par de veces antes de que saliera el sol, haciéndome sentir aún más
orgulloso de nuestra tienda de campaña. Pocas son capaces de resistir tan
estoicamente el temporal que sonaba allí afuera. Tengo la impresión -y es sólo
una impresión- de que, desde la carpa, el viento sonaba más dramático de lo que
realmente era, pero como las percepciones son las que cuentan, lo de afuera era
un verdadero temporal, y yo el propietario más orgulloso de carpa alguna. Y ya
que estamos exagerando las cosas: aunque no lo había visto, sabía por lo que
molestaba, que mi orzuelo era el más grande del mundo.
A eso de las 6 de
la mañana, ya con las paredes de nuestra tienda iluminadas por el sol, me
decidí a levantarme. Teníamos un montón de ropa mojada por secar, y el viento
fuerte podía ayudarnos a hacerlo. Amarré una cuerda entre dos árboles en un
punto despejado cerca de la piedra de entrada, y colgué toda la ropa que
encontré fuera de la carpa. También guindé los morrales y una toalla empapada.
Con la prisa de refugiarnos de la lluvia la noche anterior, habíamos dejado un
buen reguero fuera.
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Secando la ropa al viento. |
Cuando terminaba
de colgar, y de amarrar la ropa a la cuerda para evitar que se volara, salió el
mtoto de la carpa. Me ayudó a descolgar la bolsa de comida del árbol y nos
dedicamos entonces a preparar el desayuno: un clásico perico de 10 huevos,
chorizo, tomate, pimentón y cebolla. Lo acompañamos con chocolate caliente, que
hasta yo tomé porque hacía frío parejo.
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Preparando el perico... |
Los ánimos en la
mañana cambiaban con el sol. Cuando el sol salía y el viento amainaba, nos
sentíamos felices y llenos de energía. Cuando las nubes lo tapaban y el frío se
apoderaba del terreno, nos sentíamos miserables. No sé por qué nunca termino de
aprender que en Canadá en cualquier momento la temperatura puede bajar drásticamente,
aunque estemos en pleno verano. Nuevamente me encontraba en una excursión mal
preparado para el frío. Esa mañana después del desayuno tuve que meterme en la
carpa para calentarme, porque con el viento frío mi cuerpo no lograba mantener
el calor y empezaba a tiritar.
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Mtoto al sol. |
No fue sino hasta
las 9 de la mañana, ya con el sol más alto, y en un momento en que las nubes y
el viento nos dieron tregua, que me atreví a salir de nuevo para ponerme mi
ropa de remar que continuaba parcialmente mojada. Con el ánimo encendido por el
sol, desarmamos el campamento y comenzamos el segundo tramo de la travesía a
remo.
A por los pictogramas…
En la costa norte
del lago Quetico hay unas rocas bastantes altas, en realidad paredes de piedra,
en las que los Ojibwas, el pueblo indígena que ocupaba estas tierras a la
llegada de los europeos, pintaron algunas figuras que han sobrevivido el paso
del tiempo por unos mil años. Confieso no tener muy claro el asunto de las
pinturas rupestres. Nuestro mentor Dave, nos contó en la charla introductoria,
que los varones de la tribu, al llegar a cierta edad, eran enviados a probar su
hombría en lo que hoy constituye el parque provincial. No tengo claro en que
consistía la prueba, pero al parecer, los dejaban completamente solos en el
monte por unos cuantos días. Producto del aislamiento y de algún tipo de
inspiración o conexión con la naturaleza, los más creativos pintaron lo que les
pasó por la mente en las rocas. Entiendo que las pinturas contienen una mezcla
de óxido de cobre, con orina de castor. Nuestra ruta del día nos llevaba por
varias de las paredes en las que aún se pueden apreciar las pinturas rupestres.
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Marcela intentando calentarse. |
Como había
predicho, todos amanecimos con dolores musculares. Eran fáciles de localizar:
toda la espalda y los hombros completos. Sin embargo, cuando le planteé a los
mtotos las opciones de trayectoria que teníamos para ese día, ambos prefirieron
intentar la ruta larga que nos llevaría hasta el Kasakokwog, en lugar de
pernoctar al final del lago Quetico. Su lógica, contraria a las suposiciones de
su abuelo, era mantener el ritmo fuerte los primeros días para estar más holgados
al final. Marcela también quería evitar tener que hacer dos acarreos de peroles
por tierra el mismo día, como estaba planteado en mis planes originales. En
vista de lo resueltos que estaban los chamos, ajustamos los planes de viaje
para navegar más kilómetros ese día.
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Preparándonos para partir. |
Cerca del mediodía
comenzamos la remada. Atravesamos el paso de agua al este de la isla Edén que
nos conducía a la pared norte del lago Quetico en donde teníamos marcado avizorar
las primeras pinturas rupestres. De ahí la ruta nos conducía hacia el este. Al
llegar a la pared comenzamos la búsqueda de las pinturas. La temperatura estaba
agradable, el sol brillaba y el viento soplaba sin fuerza, arrastrándonos suavemente
en la dirección correcta. Marcela y yo dejamos de remar y nos dedicamos a
buscar pinturas entre las rocas. Rodrigo y Federica estaban bastante delante
nuestro.
En las primeras
de cambio creímos ver pinturas rupestres dónde no las había. En las rocas suele
aparecer una suerte de hongo anaranjado, negro y blanco que nos engañó varias
veces. Después aprendimos a diferenciar el rojo de las pinturas, del naranja
del hongo. No obstante, no encontramos todas las pinturas que queríamos
encontrar, y con algunas que vimos nos entró dudas si realmente se trataba de
ellas.
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Pintura rupestre. |
Almuerzo helado
No es lo mismo
comer helados en el almuerzo, que almorzar helados. Nos tocó lo segundo. Paramos
en un campamento muy lindo para almorzar, ya muy cerca del final del lago
Quetico, en la punta oeste de una isla que estaba a unos 24km de nuestro punto
de partida, y a unos 3 del campamento que había elegido originalmente para esa
noche, antes de cambiar los planes. Cuando llegamos el sol brillaba y no se
sentía el viento, pero apenas sacamos el pan, el jamón y el queso para hacer unos
bocadillos, se cubrió el cielo de nubes y empezó a soplar el viento fuerte, que
me heló hasta los huesos.
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Pasando frío en verano |
Nos refugiamos
tras los pinos, comimos helados y nos apuramos para continuar remando y entrar
nuevamente en calor. La tarde estuvo intermitente: momentos de sol alternados
con momentos nublados y lluvia. Remamos la distancia que faltaba para terminar
el lago Quetico y entramos en un meandro, un trecho sinuoso, lleno de juncos,
que estuvimos zigzagueando un buen rato hasta llegar a un paso de unos 500 metros
en el que nos tocó cargar el corotero.
En horas de la
tarde entramos al lago Kasakokwog y para nuestra fortuna comenzó a mejorar el
clima. Encontramos un buen campamento y no estaba ocupado. De hecho, desde la
mañana no nos habíamos cruzado con un alma en el camino. El lago completo
estaba literalmente a nuestra disposición. Montamos el campamento y ordenamos
mejor las cosas para evitar el reguero de la noche anterior. Pusimos a secar la
ropa que aún continuaba mojada. Marcela prendió nuestra primera fogata con los
carbones que llevábamos. Preparamos hamburguesas y jojotos en el fuego que encendió Marcela.
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