El Roraima y la maldición de John
¿Han oído hablar sobre la maldición de John? Ocurrió en diciembre de 1998 en el Roraima. Fue la primera vez que lo subí. Ya había subido antes al Kukenán , pero nunca al Roraima.
Ambas excursiones se
parecen. Los tepuyes están uno al lado del otro, son de altura similar, pero
cada excursión es una experiencia única. En ambos casos partimos desde Caracas
en un solo vehículo y rodamos los casi mil doscientos kilómetros en un solo día
hasta llegar a la entrada de la Gran Sabana. Cerca del fuerte Luepa pasamos la
noche en un hotelito de carretera antes de continuar nuestro camino a
Paraitepuy al día siguiente. En esta ocasión fuimos Ricardo, su esposa Camila, Gabriel
y yo.
Distribuyendo el peso de los morrales |
Cuando llegamos a
Paraitepuy, el pueblo no estaba de fiesta, como la vez que subí al Kukenán, que un matrimonio los había emparrandado a todos. Esta vez si habían guias en pie dispuestos a acompañarnos y creo que ya se había formalizado la obligatoriedad de contratarlos para subir al Roraima.
Dos de ellos se unieron a nuestro grupo, pero no recuerdo sus nombres.
La subida al tepuy se
dio en dos etapas: el primer día caminamos de Paraitepuy al campamento del rio
Tek (ruta común con el Kukenán); y en el segundo del rio Tek a la cima del
Roraima.
La primera etapa fue
una caminata agradable por la sabana; un paseo en el parque con poco desnivel. En
la segunda, subimos todo lo que no habíamos subido en la primera. El Roraima no
ofrece pasos difíciles como el Kukenán, pero hay que estar en forma porque la
caminata es larga y exigente. Hay un paso espectacular por debajo de una
cascada, que descubro en el mapa le han puesto el nombre del paso de las
lágrimas. Dicho paso está pegado a la pared del tepuy. En un día caluroso
resulta una bendición, en días fríos y nublados produce el efecto contrario.
Después de mucho caminar en ese segundo día,
llegamos a la cumbre del Roraima. Aun había sol, pero pronto oscurecería. Los
hoteles, unas formaciones rocosas donde la gente suele instalar sus carpas en
la cumbre del tepuy, estaban repletos, así que nos tocó buscar otro lugar donde
montar las carpas.
No tardamos
mucho en encontrar ese lugar perfecto. Quizás era la ventaja de llevar guías
locales. Era una playa de arena, protegida del viento por una roca en forma de
luna creciente, de más o menos medio metro de altura. La roca formaba una
suerte de muralla de viento, acunando el espacio para la carpa. Un poco más
allá, otras piedras terminaban de cerrar el paso al viento. Era algo así como
una piscina de poca profundidad y piso de arena, con el único inconveniente de
que no cabían las dos carpas que llevábamos.
Aun así, tomamos contentos posesión del sitio.
Gabriel y yo montamos nuestra carpa playera en esa especie fortaleza natural,
mientras que Ricardo y Camila, que tenían una mejor carpa lo hicieron unos
metros más allá, sobre la roca pelada, expuestos al viento. Usaron piedras para
remplazar los clavos, que por la solidez roca sobre la que estaban no podían
emplear para fijar la carpa al terreno. Al terminar nos echamos sobre las rocas
a tomar los últimos rayos de sol de la tarde.
Mientras reposábamos pasó junto a
nuestro campamento John, un tipo agradable, de barba negra y lentes, que guiaba
a un grupo de turistas nipones con inmensas -e imagino que costosísimas-
cámaras fotográficas. Tal vez le llamó la atención como resaltaba el azul
brillante del techo de nuestra carpa entre las rocas y se acercó a ver qué cosa
era, o quizás simplemente estábamos en su camino. El hecho es que se acercó y
comenzó a conversar con nosotros.
John, a pesar de no ser oriundo de Paraitepuy, estaba a cargo de guiar una expedición de
japoneses que había llegado a la cumbre del Roraima en helicóptero para tomar
fotografías. Al ver nuestra carpa nos indicó con total precisión por dónde se
nos iba a meter el agua cuando empezara a llover esa noche, y nos mostró unas
huellas en la roca por donde bajarían los chorros. Según él, no
habíamos podido encontrar un peor lugar para montar la carpa.
Arrogantes - ¡jóvenes al fin! - asumimos que
los impertinentes comentarios de John se debían a la envidia de que habíamos
descubierto un lugar perfecto para acampar. Obviamente John estaba pantalleando
delante de los turistas para justificar sus honorarios.
A medianoche la profecía de John comenzó a
cumplirse palabra por palabra. Llovía a cantaros y el agua entraba por todos
lados a la carpa. La carpa de por sí no era muy buena, filtraba agua por las
paredes sin ni siquiera tocarla. Prendimos las linternas y salimos para
comprobar que efectivamente los chorros bajaban por dónde John había predicho
que lo harían y que la piscina de arena había pasado a ser un pozo de al menos dos
dedos de agua.
Pasamos la noche empapados, en nuestra piscina
privada, sin movernos mucho para que el agua que habíamos calentado con nuestro
cuerpo no cediera el puesto a un nuevo chorro de agua helada. A la mañana
siguiente desmontamos la carpa y pusimos todo a secar, con la suerte que uno de
los grupos de gente que estaba en uno de los ´hoteles´ desmontó campamento para
marcharse y nosotros ocupamos su lugar.
Uno lo cuenta ahora y parece divertida la
anécdota, pero no crean que la noche lo fue. La temperatura en la cima del
tepuy baja considerablemente en las noches y esa noche la pasamos mal. La
segunda noche, ya instalados en el hotel, fue completamente diferente.
En el hotel coincidimos con otros grupos de
excursionistas compartiendo un espacio relativamente pequeño. Las carpas están
bastante cerca y se presta para la camaradería. En cuestión de poco tiempo era
como si los varios grupos de excursionistas que allí estábamos nos conociéramos
de toda la vida, al punto que una de las muchachas de otro de los grupos
terminó viniéndose con nosotros de regreso a Caracas. ¿Me creen si les digo que
no recuerdo su nombre?
Campamento en el Rio Tek |
Cruzando el Tek (ida) |
Pared del Roraima |
En la cima del Tepuy |
El Kukenán visto desde el Roraima |
Uno de los hoteles del Roraima
|
Cruzando el rio Tek (vuelta) |
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