La pesadilla // The Nightmare
Kilimanjaro, 18 de agosto de 2016
A las 11 de la noche del 17, Johny, el portador que
nos servía la mesa, se acercó a la carpa para despertarnos. Lo vi llegar.
Minutos antes había salido a cambiarle el agua al canario, y ya volvía de
regreso a la carpa, poco detrás de él. Casi lo mató del susto cuando le
respondí a su espalda que ya estaba despierto. De hecho, lo estaba desde las
9pm. Las 11pm era la hora acordada para despertarnos, tomar un té con galletas
y alistarnos para comenzar la subida media hora después.
Como suele suceder, no salimos a la hora pautada,
pero ésta vez no fue culpa nuestra. Era la primera vez en toda la excursión que
estábamos listos a tiempo. Tengo la impresión de que la puntualidad en Tanzania
funciona como en Venezuela, 'hakuna matata', ¿cuál es el apuro? Nuestros guias
no estuvieron listos hasta10 para las 12, hora en que comenzamos finalmente a
caminar. Estábamos completamente emocionados: los niños con las linternas de
cabeza encendidas, a pesar de que la luz de la luna llena las hacia
completamente inecesarias.
En todas las carpas había movimiento, linternas que
se encendían, gente que se incorporaba al ascenso... la atmósfera era
contagiosa, efervescente. En la montaña ya había un camino de luces
ascendiendo. Parecía una peregrinación y la cima la Meca.
La primera hora todo marchó de maravilla. El ascenso
completamente mecanizado en pasitos muy cortos al ritmo del guía. Un tanto
desesperante la lentitud. Un pie pidiéndole permiso al otro para moverse.
Quizás sólo de esa manera se puede comprender que caminar los 5 kilómetros que
nos faltaban para llegar a la cumbre se tomaría las 7 horas que profesaban
tanto los guías, como los letreros del parque.
A cada mini paso que daba me preguntaba: ¿Será que
si caminamos un poco más rápido nos da mal de altura? ¿Cómo vamos a entrar en
calor a este ritmo de tortugas? Me consolaba que al menos no hacíamos paradas e
íbamos progresando con los demás peregrinos, e incluso adelantado a algunos
cuando paraban a reponer energía.
Un poco antes de superar los 5 mil metros de altitud
Rodrigo vomitó. Para mi sorpresa no se quejó, tomó un sorbo de agua y continuó
subiendo. Los guías nos habían explicado que ni el malestar estomacal, ni el
dolor de cabeza eran mal de altura. Que debíamos fijarnos en los mareos, en la
pérdida de equilibrio y en el habla de la persona. Pasito tras pasito superamos
los 5 mil metros de altitud.
Fue entonces cuando Marcela se convirtió en
preocupación. Desde el principio de la caminata se había quejado del frío en
las manos. Le había incluso dejado los bastones al guía para meter sus manos en
los bolsillos. Ahora se quejaba de no sentir los dedos de la mano y estaba
cansada. Más que cansada con sueño. Me preguntó si podíamos ir a dormir, que si
la podían buscar en helicóptero... Yo miraba el reloj y veía que faltaban más
de cuatro horas para el amanecer.
Seguimos avanzando. Rodrigo vomitando de vez en
cuando y Marcela durmiéndose en el camino. Rodrigo no me preoucupaba mucho pues
se le veía decidido y resuelto a seguir avanzando. Marcela sin embargo, se veía
frágil y pálida. Iba negocianciando con ella paradas cortas a cada 15 o 20
minutos, para que se sentase y descansara. El resto del tiempo la iba llevando
dormida, caminando en automático.
Atardecer en Barafu // Sunset at Barafu Camp |
Llegó un momento en que un guía se acercó, linterna
en mano a chequear si Marcela podía continuar. Me sentí el padre más
irresponsable del mundo por empujar a los niños a tal aventura. Federica se
acercó a Marcela y le preguntó si quería continuar o si prefería devolverse con
ella al campamento. Para mi sorpresa Marcela respondió que quería continuar.
Faltaban aún más de dos horas para el amanecer.
Continuamos nuestro ascenso eterno de pasitos que no llegan a pasos, interrumpidos de paradas frecuentes que nos enfriaban el cuerpo hasta los huesos. El sol se negaba a salir, el reloj a avanzar. Estábamos atrapados en una sucesión interminable de mini pasitos que no terminaban de llegar a ninguna parte.
Kilimanjaro August 18, 2016Continuamos nuestro ascenso eterno de pasitos que no llegan a pasos, interrumpidos de paradas frecuentes que nos enfriaban el cuerpo hasta los huesos. El sol se negaba a salir, el reloj a avanzar. Estábamos atrapados en una sucesión interminable de mini pasitos que no terminaban de llegar a ninguna parte.
At 11 pm on August 17, Johnny, the porter who normally served us the table, went to the tent to wake us up. I saw him coming. Minutes earlier I had gone out of the tent to water some beautiful plants in the cliff, and I was just returning back, behind him. He almost died fright when he heard my voice coming from his back. As a matter of fact, I was awake since 9pm, trying to get some sleep. We had agreed to wake up at 11pm, have a tea with biscuits and get ready to start the climb half hour later.
As usual, we didn´t start on time, but this time it wasn´t our fault. It was the first time in all the trip that we were ready on time. I have the impression that punctuality in Tanzania works as in Venezuela, 'hakuna matata', what's the rush? Our guides were not ready up to 10 to 12, when we finally started walking. We were absolutely exited: children with head lamps lit, although the light of the full moon made the lanterns completely unnecessarily.
The environment was contagious, effervescent. In every tent there was movement, lanterns turning on, people waking up, coming out to incorporate themselves to the march. There was also people climbing already the mountain, a stream of lights ascending through the path. It seemed like we were in a pilgrimage and the summit was Mecca.
The first hour everything was great. The march to the top fully mechanized, following the very short steps of the guide. Mini steps at a very slow pace. A maddening slowness. One foot asking to the other for permission to move. Perhaps this is the only way to understand that the 5 km walk to reach the summit would take the 7 hours professed by both the guides and signs to the park.
At each mini step I was asking to myself: will it gives us altitude sickness if we walk faster? How are we going to get warm at this pace of turtles? My only comfort was that at least we were not stopping and we were making progress with the other pilgrims, and even getting ahead of some of them when they stopped to replenish energy.
A little before the five thousand meters’ altitude mark, Rodrigo vomited. To my surprise he did not complain. He took a sip of water and continued walking. The guides had told us that neither upset stomach or headache were altitude sickness. We should look at dizziness, loss of balance and speech problems to consider that the person has the sickness. Mini step after mini step we overcome the 5000 meters of altitude.
That's when Marcela became a concern. From the beginning of the walk she had complained of cold hands. He had even stopped using her trekking poles to put her hands in her pockets. Now she complained of not feeling the fingers and tiredness. More than tired, she was sleepy. She asked me if we could go to sleep, and if I could call a helicopter to pick her up... I looked my watch and saw that it was more than four hours before dawn.
We continued moving forward. Rodrigo throwing up occasionally and Marcela falling asleep on the road. Rodrigo did not worry me much, as he looked determined and resolved to move forward. Marcela however, looked fragile and pale. I was with her negotiating resting stops every 15 or 20 minutes. Some steps in change for a resting stop. And when we were not negotiating a stop, I was pushing her to continue walking asleep in her robotic way.
Once, one of the guides approached her, flashlight in hand to check if she could continue. I felt myself the most irresponsible father in the world for pushing my children to such adventure. Federica approached Marcela and asked her if she wanted to continue or if she preferred to return with her to the camp. To my surprise Marcela said she wanted to continue. There were still more than two hours before dawn.
We continue our eternal walk of mini steps that fall short from real steps, interrupted by frequent stops that cooled our bodies to the bone. The sun refused to rise, the clock to move forward. We were trapped in an endless succession of mini small steps that did not move us anywhere.
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