Quito y Tumbaco
El viernes 25 de abril de 2025 a las 8:30am aterrizamos en el nuevo aeropuerto internacional Mariscal Sucre de Quito, que está a 2.400 metros sobre el nivel del mar, 450 metros más bajo que Quito (2.850 m), pero significativamente más alto que Toronto (76m), con lo cual comenzamos nuestro proceso de adaptación a la altura.
En el aeropuerto nos
esperaba Pablo Montalvo, un sujeto alto, flaco, de tez blanca, de sonrisa
franca, cara alegre, con un cartel en la mano que decía Hontoria y tenía el logo de
Andeanface. Lo seguimos hasta el estacionamiento donde había aparcado una
Toyota blanca, tipo macho, pero de chasis largo, con una parrillera negra en el
techo para poner bultos, apropiada para el plan que nos traía a Ecuador.
Partimos con él rumbo a Tumbaco, a casa de Tete, la hermana de la abuela Pica, y tia de Federica, que ofreció recibirnos en su casa. En el camino alcanzamos a ver a
lo lejos, por primera y única vez en este viaje, al Pichincha a un costado de
Quito.
Pablo tiene facilidad
de palabra, es buen conversador. Nació en el 69 en Quito y al final de los 80 se
fue a estudiar a Venezuela, en los llanos, en una hacienda convertida en
universidad por un exministro de Agricultura de la cuarta república, y que el comandante eterno cerró. Allí aprendió
a bailar joropo y merengue, a hablar llanero y a mascar chimó. Fue una vez a
Margarita, pero no recuerda las empanadas de pabellón del ferri.
Unos 30 o 40 minutos
después llegamos a la casa de Tete. Nos estaba esperando en la puerta muy
contenta de recibirnos. Bajamos las maletas, las dejamos en el cuarto, descubrimos
sorpresitas en las camas y salimos a recorrer la hermosa propiedad, compuesta
de tres casas: la primera, en la que habita Tete, se alojarían Rodrigo y
Marcela, en la segunda, una suite de lujo, Federica y yo, y en la tercera, que
es la casa principal de la vieja propiedad, viven la prima Ximena, con Daniel, Tomás, Joaquín, y con un gato llamado manchas. Un hospedaje de lujo para comenzar con
buen pie la excursión.
En la casa del vecino
de Tete hay una llama que nos miraba con curiosidad al llegar. Lima, la perra pastor
de nuestros anfitriones, ignora la llama pero se excita con nuestra visita y en
un arranque de alegría tumbó a Tete de espaldas al piso y nos hizo pasar un
buen susto.
Almorzamos un encocado que prepararon los chefs en casa de Tete. Son langostinos con cebolla, tomates y leche de coco, servidos sobre arroz blanco. Deliciosos. Va sumando puntos la gastronomía ecuatoriana. Al terminar, cerca de las 3 de la tarde salimos para la Mitad de mundo para apreciar el monumento erigido en honor de los geodésicos que probaron que la tierra es achatada en los polos y más gordita en el ecuador. En el camino nos sorprende una tormenta similar a la que llevó a Noe a construir el arca, afortunadamente amainó pronto.
Desde el monumento se aprecian los Cerros la Marca, y el cerro Catequilla, este último le disputa al monumento el sitio exacto por donde pasa el ecuador. Disputa aparte la Mitad del mundo tiene murales interesantes por dentro y fuera del edificio. Por dentro, información histórica, por fuera la toesa y los escudos de Ecuador, España y Francia.Regresamos a Tumbaco
a descansar. A Federica le pega el soroche: siente malestar, náuseas y
dolor de cabeza. Se va a dormir sin cenar. Marcela tampoco cena. Rodrigo y yo salvamos
el honor familiar degustando los tamales, el chocolate caliente y los humitos que
Tete con tanto esmero nos preparó para la cena. Los humitos son unas
hallaquitas con queso que saben bastante bien.
El sábado 26 a las 9 de la mañana Javier nos visitó en Tumbaco para ultimar detalles y cerciorarse de que tenemos los equipos completos. Después de charlar nos fuimos con él a probarnos las botas de escalar en Quito. En el camino paramos unos minutos en el monasterio de Guápulo, pueblo desde donde partió Orellana en la expedición en la que descubre el rio Amazonas.
Cumplidas las diligencias de las botas caminamos en plan turístico por Quito hasta llegar a la basílica de los votos nacionales. De allí tomamos hacia la plaza de San Francisco, donde empezó a lloviznar. A sugerencia de Ximena nos refugiamos de la lluvia y almorzamos en la heladería Caribe, que está en la intercepción de las calles Venezuela y Bolívar. Allí nos encontramos con Daniel, Ximena, y conocimos por fin a los chamos Tomás y Joaquín, de una vivacidad y energía inagotables. Los cuatro venían de una actividad especial en el colegio de los niños.
La lluvia amainó por un rato, pero no habíamos dado 20 pasos en dirección de la iglesia de La Compañía de Jesús, cuando arreció nuevamente. Una boda que se celebraba en ese momento nos impidió refugiarnos en la iglesia y verla por dentro. Suspendimos entonces los planes de continuar vagando por Quito y nos devolvimos en Uber a casa de Tete. Nuestros anfitriones nos obsequiaron una nueva cena gurmet.
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